Capítulo 4

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Cuando al final del día me meto en la cama, descubro que el algodón de las sábanas conserva aún el olor del envase plástico que las envolvía y no logro conciliar el sueño pese a lo muchísimo que me duelen los pies (me he pasado la tarde de un lado para otro buscando una tienda de ropa de cama que se ajustara a mi presupuesto sin dejar de lado mis exigencias).

Y por si eso fuera poco, Mike y Steph tienen visita en el salón, y los oigo charlar y reír pese a que deben ser ya las once. Ojalá pudiera costearme un piso sólo para mí, pienso, y al fin me decanto por volver a encender la luz y retomar la lectura de Cumbres borrascosas. Según me dijo Nora hace un rato, me encuentro «en la mejor parte». Normalmente cuando tengo insomnio me fuerzo a permanecer en la cama con los ojos bien cerrados hasta que, en efecto, me duermo, pero puesto que hoy parece que será imposible alcanzar ese objetivo, al menos intentaré aprovechar el tiempo.

Pronto, sin embargo, me descubro distraído pensando en lo que me costará levantarme por la mañana, lo cual, desde luego, me descuadrará toda mi planificación del día. Menudo fastidio; tendré que reorganizarme. En lugar de ir a formalizar la matrícula a las 10, iré a las 11. Con algo de suerte, de vuelta de la facultad encuentre una tienda donde comprar un flexo para el escritorio. Después de comer revisaré las guías docentes de las asignaturas de este semestre y sus horarios. Son tantas cosas que comienzo a agobiarme y ni siquiera me consuela saber que las clases no empiezan hasta la semana que viene.

Entonces, unos nudillos llaman a mi puerta y me sacan de mi pequeño torbellino de ansiedad. Dudo entre contestar o fingir que duermo, Supongo que es demasiado obvio que estoy despierto debido a la luz encendida y finalmente pregunto:

- ¿Sí?

La manilla se mueve pero a puerta no se abre; está cerrada con llave desde dentro.

- Oye, Tess, vente al salón con nosotros y conoce a nuestros amigos - farfulla la voz de Steph, y añade -: Te caerán bien.

Permanezco en silencio un momento, pensando. Hay algo raro en su forma de hablar, como un amago de risa, y recuerdo cuando la conocí en la cocina, al mediodía. Me pareció una chica muy risueña; quizá resulte más fácil hacerme amigo de ella que del borde de Mike. Además, no me van a dejar dormir ni su cháchara ni el maldito olor a nuevo de las sábanas, y tampoco parece que mi cerebro esté dispuesto a olvidar los planes trastocados para sumergirse en una historia. Sí, decido, debería aprovechar la ocasión para conocerla mejor. Realmente quiero llevarme bien con ellos; a fin de cuentas, son las personas con las que voy a vivir durante los próximos meses.

Me levanto de un brinco, doy un par de vueltas a la llave para abrir la puerta y me asomo al pasillo. Steph ya ha dado media vuelta y se encuentra a medio camino del salón.

- Espera - le digo, y se vuelve a mirarme, sonriendo -. Sí, voy.

- Menos mal, ya comenzábamos a tomarte por un antisocial peligroso - bromea, y después, mirándome con una mueca, añade -: ¿Qué llevas puesto?

- Mi pijama - respondo al tiempo que tiro de los bajos de la camisa para alisarla, orgulloso. El estampado de rayas grises y blancas se arruga de nuevo en cuanto suelto la tela.

Steph alza las cejas en un gesto que, desde luego, no augura nada bueno, y de hecho parece a punto de advertirme cuando oigo a Mike alzar la voz en el salón.

- Steph, déjalo. Ya te dije que no vendrá; es demasiado cuadriculado.

- Oye, yo que tú... - murmura Steph, sin prestarle atención. Sigue con los ojos clavados en mi pijama y el gesto torcido. ¿Le doy pena? Siento las mejillas acalorárseme. Le resulto penoso. Pero no soy penoso. Ni cuadriculado. Soy maduro, racional y ordenado, no como esta panda de irresponsables adolescentes tardíos.

Before [en proceso ✍️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora