Capítulo 13

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La hamburguesería está abarrotada, pero suspiro de alivio al entrar: sé que cuando vuelva al piso a las diez de la noche Nora no estará allí sino de vuelta en su casa. Desde luego, me pesa que ni siquiera me haya querido mirar a los ojos al subir al tren, y lo frío que fue su abrazo de despedida. Pero no voy a negar que también me siento de algún modo liberado. Supongo que soy terriblemente egoísta. Un buen novio habría sabido qué decir para consolarla, se habría involucrado, le habría demostrado lo valiosa que es para él. Yo ni siquiera he sido capaz de hacer otra cosa que huir ante la revelación de sus intenciones suicidas. Quizá hay muchas formas de enfrentarse al dolor, y quizá preferir mirar para otro lado, fingir que nada de eso está pasando, sea solo una más. Porque sí, lo de Nora me duele aunque sea un cobarde que quiere ignorarlo.

Pienso en ello mientras me dirijo al vestuario a toda prisa. No quiero volver a despertar las iras del encargado. Me pongo el segundo uniforme, impoluto aún, y corro a mi puesto junto a la freidora de patatas. Sin embargo, allí está ya otro chaval.

– Hoy te toca fuera – la voz del encargado estalla a mis espaldas. Este hombre parece siempre al borde de colapsar por estrés.

– ¿Cómo que fuera? – me vuelvo, algo confuso. Me encantan las rutinas, y la verdad es que preferiría que me asignaran una labor determinada.

– ¡Sí, fuera, en el local! – insiste el hombrecillo al tiempo que me empuja hacia la puerta de la cocina –. Limpia las mesas que veas sucias y tira las bolsas de basura que estén llenas. ¡Venga!

Respiro profundamente me encuentro entre la multitud de clientes. Bien, habrá que ponerse manos a la obra, me digo mientras me pongo unos guantes de goma amarillos y me armo con un bote de desinfectante azul eléctrico. Se me revuelven las tripas solo de pensar en tener que tocar los restos de comida que abandonan desconocidos, así que me recuerdo cuánto necesito el dinero una y otra vez.

Cuando llevo una buena cantidad de mesas limpias me permito comienza a dolerme la espalda y me detengo un momento para estirarla. Entonces veo a London. También la han puesto en el local; está a punto de salir con una gigantesca bolsa plástica llena de desperdicios. Se vuelve y la saludo con la mano, pero no me devuelve el gesto. ¿Seguirá enfadada porque Hayleen apareciera ayer? La curiosidad crece dentro de mí y comienzo a discurrir sobre las posibles causas de que estas dos primas se lleven tan mal con ella. Desde luego, lo más probable es que la culpa sea de Hayleen, pero me gustaría conocer la historia completa. Y también poder considerar a London amiga mía; parece una buena chica.

Decido sacar otra bolsa de basura llena y tener así una excusa para hablar con London. Así, tras vaciar el cubo corro detrás de ella en dirección al contenedor.

– ¡London, espera! – grito. A cada paso golpeo las rodillas con la inmensa carga y temo acabar por caer –. ¡Por favor...!

Al fin, la chica se vuelve.

– ¿Qué quieres?

– Yo... No sé qué pasó ayer, pero lo siento.

London ablanda su expresión y suspira.

– No hace falta que te disculpes. Apenas nos conocemos – se encoge de hombros.

– Ya, pero aún así... Me gustaría ser amigo tuyo.

– Mira – ataja ella. Hemos llegado al fin al contenedor y tira en el interior su carga mientras habla –, si Hayleen te ronda creo que prefiero pasar.

– No me «ronda» – río nerviosamente ante la expresión y tiro yo también la basura –. No la conozco más que lo que te conozco a ti. De hecho, lo del otro día fue bastante... inesperado. Creo que es algo así como la novia de mi compañero de piso; no tengo con ella más relación que esa.

London permanece en silencio de nuevo con el ceño fruncido, meditabunda, y me pregunto si me habrá escuchado.

– Espero que podamos ser amigos, de veras – insisto.

Al fin, justo antes de entrar en el restaurante despega los labios y me advierte:

– Está bien. Pero ve con cuidado con mi prima. Hayleen solo se acerca a alguien cuando cree que puede sacarle algo. Te hará daño, da igual el tipo de relación que creas tener con ella.

Le doy vueltas a sus palabras mientras sigo limpiando mesas. «Sacarme algo», ¿qué? ¿Dinero? Río para mis adentros, ¡ya me gustaría a mí tener de eso! Sin embargo, segundos más tarde vuelvo a plantearme la pregunta de modo más serio: ¿qué quiere Hayleen de mí? Recuerdo el modo en que se me acercó y noté contra mi cuerpo los ángulos del suyo, y cómo sus labios, carnosos y pálidos, me preguntaban si me sentía estúpido por ser virgen. Y recuerdo la voz de Molly riéndose como una hiena: «¡Pobre Hayleen!».

– Pobre Hayleen... – repito. ¿Pobre por qué? ¿Porque la rechacé? ¿Porque quizá son sinceros sus sentimientos, o atracción, o lo que sea, y los herí?

London me cae bien, pero tal vez me está condicionando solo porque a ella no le gusta su prima. Y entiendo que no le guste; seguramente haya dado un montón de dolores de cabeza a su familia. Sin embargo, ¿no dice siempre mi pastor que no debemos juzgar si no queremos ser juzgados? ¿No hemos de ser acaso piadosos? Está claro que el mal existe, y que esa mujer despierta en mí la lujuria más abyecta, me digo recordando aquella vergonzosa fantasía en la que Hayleen y Molly se liaban. Pero quizá... Quizá yo pueda ayudarla.

Nada más pensarlo se me revuelven las tripas: ¿por qué a ella sí y a Nora no? El remordimiento por esta especie de infidelidad filantrópica me invade y me prometo que llamaré a su madre en cuanto salga al descanso.

Before [en proceso ✍️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora