Capítulo 3

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Si bien la entrada seguía tan roñosa como la recordaba, el interior de la vivienda está lejos de parecerse al recuerdo que de ella guardo de mi visita anterior. Para mal, desde luego: hay copas y vasos usados por todas partes, además de colillas, cristales rotos y manchas medio secas de bebidas derramadas.

- ¿Pero qué...? - balbuceo sin poder reprimir una mueca de asco -. ¿Qué ha pasado?

Mike responde sin volverse, como si nada de aquello tuviera demasiada importancia:

- Había que inaugurar el antro.

- Si la casera ve esto, ya podemos olvidarnos de nuestras fianzas - trago saliva con la mandíbula fuertemente apretada para no ponerme a gritar de histeria. No puedo permitirme algo así.

- Luego nos desharemos de las pruebas del crimen, no te preocupes - insiste, y en su tono de voz se trasluce la impaciencia. Ha dejado la maleta que acarreaba ante una puerta cerrada al final del pasillo -. Este es tu cuarto.

Reanudar el paso tras el impacto de ese salón desolado me supone casi un esfuerzo titánico, pero al fin logro recorrer la distancia que me separa de Mike y mi habitación. Sin embargo, cuando llego a su lado sigo aturdido y él tiene que recordarme que está cerrada con llave.

- Tienes tres llaves: la del portal, la del piso y la de tu habitación. Tienes que abrirla - insiste tras esperar unos instantes, y acompaña sus palabras con una exagerada gesticulación, como si habláramos idiomas distintos o yo fuera imbécil. Resulta bastante ofensivo, la verdad, pero me limito a coger el pequeño manojo y hacer lo que me indica. No quiero pelearme con mi compañero de piso el primer día. Además, intuyo que realmente parezco idiota, con los ojos desorbitados y la mandíbula desencajada.

La puerta cruje al abrirse, pero lo que hay tras ella al menos no parece haber sufrido los efectos de una Tercera Guerra Mundial. El único asomo de desorden está en el armario, que no tiene las puertas cerradas sino entornadas. Observo que está vacío por completo, igual que la estrecha cama, cuyo colchón se muestra indolentemente desnudo. Tendré que comprar sábanas y mantas, me digo. Y lo cierto es que eso no me molesta; aunque debo gastar lo menos posible, no me fascina la idea de enfundarse cada noche en telas sudadas por desconocidos. Suponiendo que sudar sea lo menos que hayan hecho sobre ellas.

Junto a la pequeña ventana hay un escritorio y una silla de aspecto bastante destartalado. Sin embargo, para poder disfrutarlos, o al menos darles uso, me hará falta hacerme también con una pequeña lámpara, pues a través de las cortinas no sé ve sino la pared de un edificio vecino, de modo que la luz natural es escasa. Esta, no obstante, no es una compra muy urgente, ya que siempre he sido más de estudiar en bibliotecas. Sí, no hay muchos lujos, pero estoy seguro de que sobreviviré perfectamente en estas condiciones.

Comienzo a colocar y ordenar mis cosas a toda prisa, recordando de repente que he quedado en llamar a Nora a las 12:00 (compruebo en mi reloj de pulsera que ya son las 11:49), pero me detengo al notar clavada en mi espalda la mirada de Mike. Respiro profundamente antes de volverme y darle las gracias por ayudarme con las maletas y permanezco quieto unos segundos esperando a que se marche; me apetece estar solo un rato antes de llamar a mi novia. Sin embargo, lejos de captar mi indirecta, Mike comenta:

- ¿Por qué has traído tantas cosas en tu primer viaje? - parece divertido; en su cara ha vuelto a aparecer esa media sonrisa burlona del portal -. Para lo bien que se te da hincar codos, eres muy poco listo en la práctica.

- Ya, pero el caso es que yo no voy a tener ocasión de hacer más viajes porque trabajo los fines de semana - explico, exasperado -. Ahora ¿me dejas, por favor?

- Bueno, bueno, te me tranquilizas, cuatrojos, que tampoco hace falta ponerse a la defensiva - exclama con sorna, pero para mi alivio se va. Entonces aprovecho para encerrarme con llave en la pequeña estancia.

Before [en proceso ✍️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora