16 | Desvanecer

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Grecia se sentó en la mesa de la cocina, vestida solamente con la camiseta de Adam, mientras sus pies colgaban del borde. Él estaba haciendo algo de pasta para ellos mientras ella comía una manzana roja y disfrutaba mirándole, sus vaqueros de mezclilla colgaban flojos en su cadera, estaba descalzo y sin camiseta, sencillamente estaba para comérselo.

Se le escapó un suspiro silencioso, siguió con sus ojos, las líneas del texto que bajaba en vertical por su costado.

—No recuerdo ese tatuaje —dijo, llamando la atención de él—. ¿Dónde te lo hiciste?

Él dejó la cuchara a un lado y se limpió las manos con el trapo de cocina mientras caminaba hacia ella.

—En Singapur —dijo—. Hace exactamente un mes atrás.

Sus ojos se encontraron con los de ella a medida que le separaba las piernas y se colocaba en medio de ellas.

—Tenía que hacer algo para mantenerme en control y no terminar volviéndome loco mientras esperaba que finalmente me dejaran volver aquí.

—Las cosas debieron ser diferentes —comentó, con melancolía—. Yo tenía que haber estado contigo.

Adam sonrió, ahuecando su rostro entre sus manos. —Sé que es difícil, pero tratemos de dejar el pasado atrás, ahora estoy aquí, contigo y con nuestro hijo, y te aseguro que no iré a ningún lado, cielo.

Le besó los labios antes de girarse nuevamente y remover la salsa; siguiendo su instinto, ella bajó de la mesa y le rodeó la cintura con los brazos, besando su hombro.

—Te eché de menos —susurró.

Él apagó la estufa y se giró, apretándola contra sí mismo y capturando su boca en un beso apasionado y lleno de promesas; ella le envolvió la cintura con las piernas cuando él volvió a depositarla sobre la mesa.

Grecia retorció las caderas cuando un insoportable latido se agitó entre sus muslos y arqueó la espalda en busca de más contacto, su temblorosa mano buscó la dura evidencia de su deseo donde descansaba en medio sus cuerpos.

Ella definitivamente no esperaba que él soltara hábilmente los botones de su bragueta y le llenara la mano con su grueso y caliente miembro en todo su estado de excitación.

Un suave gemido de consternación salió de entre sus labios cuando él rompió el beso y separó su boca de la de ella. Estaba a punto de protestar cuando sintió sus labios rozar la suave piel de su cuello, y mordisquearla, luego viajaron hacia abajo, marcando su carne, sus ojos se encontraron con el azul infinito de los de él a medida que la recostaba sobre la superficie lisa de la mesa.

Él le bajó lentamente la ropa interior por los muslos, hasta deshacerse de la íntima prenda, tirándola al piso. Colocó una mano en cada muslo y obligó a sus piernas a abrirse ampliamente.

Cuando la lengua de él tocó la piel expuesta, ella se mordió el labio. Sólo la sensación de su aliento contra su carne hacía que su sexo se contrajera con deleite. Sus labios y su lengua rozaron su clítoris.

Adam dio un salto y ella emitió un quejido ante la pérdida del contacto de su lengua, pero después de un segundo, pudo ser consciente del sonido del timbre.

Mierda —exclamó él—. Juro que un día de estos voy a deshacerme de esa maldita cosa —gruñó, mientras la ayudaba a incorporarse.

Recogió sus bragas del piso y se la entregó al mismo tiempo que terminaba de abrocharse los pantalones y caminaba hacia la sala.

Grecia se colocó la ropa interior en menos de cinco segundos, y corrió por el pasillo solo para escuchar a Adam maldecir en su perfecto inglés.

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Ground And Pound© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora