15 | Sobrevivir

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Llenando sus pulmones de aire, él la tomó en brazos y la depositó en la cama, no sin antes deshacerse de su sujetador.

—Más vale que nadie se atreva a interrumpir —gruñó—, porque te aseguro que no va a vivir para contarlo.

Grecia esbozó una sonrisa, con la felicidad estallando dentro de su pecho, dando gracias en silencio por tener la oportunidad de volver a tener al hombre del que se había enamorado años atrás.

—Parece que nunca voy a poder tenerte completamente para mí —murmuró él.

Ella lo miró desconcertada. —¿A qué te refieres?

—Creí que había logrado desconectar tu mente, pero me equivoqué.

—Estaba pensando en ti —confesó—. Siempre estoy pensando en ti, Adam.

Él sonrió. —¿Sí?

—Sí —aseguró.

Con ojos brillosos, él la miró y sintió que el mundo desaparecía a su alrededor; la mujer debajo de su cuerpo le sonrió y acarició sus mejillas al mismo tiempo que él se guiaba a su interior.

Adam no despegó sus ojos de los de ella y tuvo que hacer un esfuerzo extra para mantenerse en control cuando las paredes de su sexo se apretaron alrededor de su miembro. Sintió que, en cualquier momento, saltaría al borde del sistema solar y se quemaría completamente.

—Te eché de menos, cariño —susurró en su oído.

Grecia no hizo otra cosa más que sonreírle y enredar sus brazos alrededor de su cuello, atrayéndolo para juntar sus bocas en un beso.

Sus piernas envolvieron su cintura y arqueó la espalda, recibiéndolo por completo en su interior, jadearon al unísono; Grecia clavó los dedos en sus hombros y movió las caderas, animándolo.

Estaba profundamente perdido en la gloria de su cuerpo, en la sensación de tenerla de nuevo entre sus brazos, vagando en el espacio al sentirla tan apretada y acogedora a su alrededor. En casa. Así se sentía; estaba nuevamente en casa, con la mujer de su vida, la única que se había colado en su corazón, la única que había destruido sus defensas, adueñándose no solo de su mente y su alma, también se había adueñado de su corazón y él continuaba plenamente satisfecho y feliz de haberle entregado cada parte de sí mismo a Grecia, su amiga, su compañera, su amanta, su esposa... su mujer. Suya. Solo suya y de nadie más.

Adam bombeó con una cadencia lenta dentro y fuera, pero aquello duró poco, con la forma en que ella se apretaba en torno a él, con las paredes interiores de su sexo estremeciéndose y sus gritos aumentando unos cuantos decibeles, tanto que, no le sorprendería que sus gemidos se escucharan en el otro extremo del planeta; se encontró estrellándose contra su carne, incapaz de detener o de mantenerse en control.

¿Lo mejor de todo? Bueno, lo mejor de todo es que ella gritó por más, sus uñas le arañaron la espalda, sus ojos avellana parcialmente entrecerrados, brillaban con pasión, y amor, la misma emoción que los embargaba a ambos cuando hacían el amor.

Entonces, la atmósfera cambió y él pudo sentirla tensa a su alrededor.

—¿Duele? —preguntó, en un áspero gemido.

Encontrándose con sus ojos, ella asintió con la cabeza al mismo tiempo que aferraba las sábanas en un puño y arañaba su espalda con la otra mano.

Bajando la cabeza, encontró su boca y la besó, intentando calmar un poco de su dolor, no quería lastimarla, pero después de tanto tiempo, era más que obvio que ella iba a sentirse así de cerrada y apretada.

Ground And Pound© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora