VII

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La brillante roca celeste pisada por el hombre relucía con sus misteriosos cráteres en una noche altamente iluminada por la luz del diario vivir, Natalia lo podía ver desde la ventana de un café aunque su mirada iba a parar sobre el rechoncho oficial.

—¿Qué es lo que quiere de mí, hermana? —cuestionó Leopoldo.

—Nada en particular, sólo quiero saber si buscamos lo mismo, ya que de alguna forma mi percepción me envía visiones de ti —respondió Paraccio.

—No le diré eso, más bien usted sea honesta y dígame la verdad de su entrevista —sentenció Alfaro mientras sus ojos se posaban en la fémina.

—Deja de usar ese truco, hace años que ya no funciona en mí —aclaró la enviada.

—Esto no nos llevará a nada, lo único que te revelaré es que a quién buscamos es un asesino —dijo con incomodidad el investigador.

—Pues resultó que andamos en las mismas, asesinos, devoradores de humanos específicamente es lo que cazo, según la Santa Iglesia Católica, claro —afirmó con una risa la hermana.

—¡¿Devoradores de humanos?! ¡¿La iglesia!? ¡¿Qué tan mal se puede poner este lío?! —se sobresaltó el representante de la justicia.

—Pues tanto que ocuparás mi ayuda —respondió la interrogada.

—¿Con qué armas? La última vez pude matarte disparando una bala directo a tu cabeza —declaró un sorprendido Leopoldo.

La chica procedió a mostrar sus largas uñas, parecían garras, las preguntas del investigador fueron hacia el hecho de cómo eso podría ayudarles, en eso, un pequeño pastelillo redondo cubierto en chocolate llegó a su mesa.

Con sus terminaciones endurecidas de células muertas en sus dedos, trazó unas líneas sobre la capa del preparado de cacao, así sobre el postre se formó una capa de hielo.

—Lo que he escrito es la palabra hebrea de "frío", como ves se podría decir que mi poder me permite hacer los milagros de Dios —afirmaba la muchacha.

—¿Tan segura estás de que esto sea obra de un Padre Celestial y no del mismísimo gobernante de los infiernos? —arguyó un asombrado detective.

El encuentro de tan inverosímiles individuos había terminado, cada uno tenía una nube de dudas que circulaba por su mente, causando una colosal tormenta en un vaso de agua, no sin antes citarse en un tal hotel "Florencia Hill" a la siguiente noche, entre las diecinueve o veinte horas.

Las Ventanas a la MenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora