VI

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La pareja de investigadores se reunió, tenían que hilar las pruebas para hallar al verdadero culpable, y pese a que avanzaba rápido para apenas haber pasado tres noches, ellos sabían que tenían que ser aún más veloces, no era bueno que un psicópata estuviera suelto.

—¿Y si te pones a usar tus "poderes místicos" sobre todas las personas de la ciudad? —enunció de manera burlona la mujer.

—Muy graciosa María pero mi cuerpo tiene un límite que si rompo puedo morir, o es lo que supongo —contestó desenfadado el agente.

—Eso me has repetido durante años, durante ese mismo tiempo me contaste mentiras, es tu momento de esforzarse por redimirte —afirmó con vehemencia María.

—No me harás hablar del pasado de nuevo —respondió con una voz entrecortada Montés.

—¡Sabes bien que la muerte de mi hermana fue tu culpa! aquella noche tú la obligaste a ser tu refuerzo en la redada, eran sólo tú y ella, sabías muy bien que ocupas mas unidades —reclamaba con furia Hortensia y seguía —¡Y sin embargo sigo trabajando contigo! —concluyó.

—Si sólo vas a reclamar eso mejor yo voy a interrogar a los culpables —declaró Alfaro mientras se alejaba de aquella bomba que acababa de explotar.

La mañana pasó volando, cayó una anaranjada y cálida tarde donde poco a poco se iba escondiendo el astro rey. Paraccio salía de nuevo a acechar por los calles, como simple turista su poder se veía limitado pero le ayudó a reconocer más el entorno, aunque se limitara solo al centro del área urbana.

El domicilio que el detective iría a visitar quedaba cerca de la Plaza de Toros, un lugar que se podría decir era el corazón de la zona central de esa polis moderna, un lugar atractivo para turistas extranjeros. 

Llegó a una entrada con varias bolsas de basura que por su olor resultaban repulsivas, ello no afectó al agente, literalmente todos los días se abrigaba bajo el olor de alcohol y cigarro, así que tocó la puerta.

—¿Qué quiere? De antemano le digo que ni piense regar un sermón evangelizador en mi cara —decía un hombre delgado y desnudo de su torso mientras abría la puerta.

—Eso querría compañero, soy el investigador Leopoldo Montés y ahora contestará con absoluta franqueza —espetó firme.

El tipo en cuestión sufrió un pequeño dolor en su lóbulo izquierdo mientras no podía despegar su vista de los iris de tan extraño detective.

—La chica, Michelle, ¿Cómo la mataste? —interrogó Alfaro con un tono misterioso.

—No la he matado, sólo fue una noche donde compartimos tragos, yo me quedé en el club debido a mi briagues, mis amigos pagaron para que los acompañara a una fiesta —confesó el hombre.

—Gracias por su cooperación, si es necesario le llamaremos de nuevo —advirtió el detective mientras se alejaba del hogar del extrañado sujeto.

Se recargó en un poste y respiro hondo para reintegrarse. Al dirigirse a su auto vio como reptaba una sombra femenina, despacio, desenfundaba su arma.

—Tranquilo oficial, tan sólo quiero hablar con usted, de psíquico a psíquico —puntualizó la religiosa.

Las Ventanas a la MenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora