III

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El acusado rendía declaración de nuevo, otra vez el detective dejó caer su vista al individuo, para el interrogado era incómodo tener que contemplar los ojos de aquél agente de la ley, algo al interior de estos le causaba inquietud.

Por unos instantes se observaba como el iris de Alfaro se pigmentaba de un oscuro matiz negro al carmesí propio del fuego. Por su propio bien, el presunto culpable habló detalladamente sobre lo que había sucedido antes de su detención.

Era de noche, alrededor de las 12:00 a.m. cuando cruzaba por un pequeño callejón que daba hasta un club nocturno, el hombre tenía la intención de pasar ahí la madrugada bebiendo, sin embargo algo le detuvo.

Unos gritos le ensordecieron antes de ponerse ebrio, de un balcón cayó una mujer joven con una mueca de dolor en su rostro, se acercó y la tocó; estaba pálida y fría, claramente muerta.

El sujeto movió su mirada alrededor de la chica, cuando encontró una herida abierta en su cuello. Un pequeño charco de un fluido rojo y espeso se veía salir de tal lesión, entonces las sirenas de dos patrullas se escucharon justo detrás del tipo, los policías viendo la situación le detuvieron. 

Con el poco tiempo que había pasado del suceso, la información obtenida apenas era la dirección de la víctima, su edad de veinticuatro años y su nombre, Michelle Aranda Flores. Eran los datos más útiles que daba su identificación. 

Tras el pertinente proceso de la complicada burocracia, que había sido rápido, varios oficiales fueron a registrar el hogar de la chica, mismo que tenía aquél balcón del que había caído. 

Entraron al lugar, un rastro entre marrón y rojizo empezaba desde el comedor y terminaba en el infame lugar de la tragedia. Del frigorífico se desprendía un olor putrefacto, abrieron la puerta inferior y encontraron lo que emanaba ese fétido aroma, un pedazo de carne, presumiblemente humana.

Una persona normal hubiera sentido asco y miedo al ver la dantesca escena, sin embargo los oficiales se limitaron a recoger aquello con unos guantes de latex, colocarlo en una bolsa de plástico y llevarlo como evidencia. Todo aquello había sucedido mientras Leopoldo dormitaba hasta su llegada a la estación.

Había llegado el mediodía, el laboratorio forense daba sus resultados preliminares. Afirmaban que no había rastro de huellas dactilares sobre el cuerpo de la víctima.

Aunque había marcas de golpes y una mordedura, y pese a que se encontraba saliva de tal acto, esta se encontraba muy escasa y tan mezclada con la sangre que no había forma de recuperarla, además se tendría que contar la presencia de detergente, en un burdo intento de eliminar evidencia.

El día pasó para los agentes sin más pistas sobre el caso. María llegó a su casa a las 8:00 p.m. siendo muy temprano para ella, le esperaban sus hijos pequeños y su marido para cenar, y siempre estaba la mala costumbre de encender el televisor:

—"En noticias internacionales, los países de Mérito y Tulpán han entrado en negociaciones para detener un posible enfrentamiento bélico… " —Se oía a través de la caja electrónica.

—Vaya que el mundo está de cabeza con esto de la guerra, ¿Verdad, Mary? —comentó Archibald, el esposo de la detective, con un tono desenfadado. La mujer simplemente le ignoró.

Las Ventanas a la MenteWhere stories live. Discover now