<•> Capítulo setenta y nueve <•>

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—Será suficiente.

Entramos de nuevo al departamento y Dylan, con algo de nervios, se sentó a mi lado.

—Ha pasado tiempo, ¿eh? Primero que nada, me gustaría decirte que me alegro mucho verte.

—¿Huh? —exclamó Derek—. Párale a tu carro, idiota —mi lindo castaño, logró sacarme una sonrisa.

—Yo sólo quería disculparme —dijo el chico, para cuando lo miré, tenía la cabeza agachada.

—¿Sí? —hasta ahora me había dignado mirarlo atentamente a los ojos—. ¿Ahora? —pregunté con un tono burlesco.

—Lo lamento. Es tarde, ya qué, el tiempo no puedo devolverlo.

Vaya...
Eso sí que lo comprendía bien. Él y yo. Ni siquiera sus disculpas cambiarían nada de lo pasó. No quería que simplemente llegara y se disculpara, como si fuera la cosa más sencilla del mundo.

—Eso qui-qui-quisiera... —respondí, con una ligera sonrisa.

Eso era lo que quería.
Devolver el tiempo y plantearme el no ser el mayor cobarde de todos.

—¿Me pueden explicar? —interrumpió Kellerman, sentándose en medio de los dos; mientras, le daba un trago a la cerveza que me había quitado de las manos. Traidor—. Parece que estoy de vuelta al colegio en mis clases de español, o sea; entiendo ni mierda.

Derek lo sabía, después de todo. Le había tenido confianza —aunque muy tarde—, y también se la tenía ahora. No tenía motivos mentirle. Aunque, sabía que seguramente se enojaría, y explotaría en rabia cómo siempre lo hacía.

Los nervios se apoderaron de mí. Me senté derecho y traqueando mis dedos, le dije:

—¿Te acordas que al-alguien me hacerme daño? A mi piel. Él —lo señalé con la mirada y agaché la cabeza—, y su... Su hermano fueron.

Su mano apretó con tanta fuerza la lata que hizo que el aluminio se arrugara, y bebida escapara por todos lados.

—Ya lo intuía.

Suspiré.

Tuve la visión de él tomando a Dylan de la ropa y dándole una verdadera paliza. Y estaba apunto de hacerlo, pero fue «salvado por la campana», o mejor dicho; por llamada.

—Es Ilse —me dijo, intentando relajar su expresión de enojado máximo—. Estaré afuera un momento, ¿bien? —lo tomé del brazo antes de que se fuera, lo obligué a darme un beso en los labios—. Te quiero.

—Y yo a ti —le respondí sonriente.

Un silencio realmente incómodo estaba ahogándome, y volví a tener miedo. No sabía la falta que me hacía Derek hasta tiempo después. Él siempre estaba ahí para protegerme.

—Tu, tu heramano... —mis manos temblaban tanto, que debía mantenerlas sobre mis rodillas, formando puños—. ¿Dó-Dónde está?

Mi pregunta pareció sorprenderle, pero yo estaba ansioso por saber de él, más que nada asegurarme que no estuviera viviendo en ese edificio.

Dylan suspiró y se talló los ojos.

—Tres metros bajo tierra. Lo mataron hace un mes.

La noticia me cayó como un balde de agua fría con muchísimos cubitos de hielo. Tapándome la boca con la mano, impedí que un jadeo escapara de un garganta. Luego, me llevé las manos al estómago cuando sentí unas náuseas espantosas.

Era terrible.

No sabía cómo debía sentirme al respecto. Fue un tipo malo conmigo, con todos, pero nunca le desearía la muerte a nadie. Ni siquiera a ellos...

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now