IV

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Me encajo las uñas en las palmas de las manos mientras siento cómo Zoë, una joven de cabello violeta y tatuajes plateados en los labios me arranca con unas pinzas los vellos de las cejas que cree que están de sobra.

— ¡Lo siento!— canturrea con su fastidioso acento del Capitolio.— Pero sospecho que necesitaré horas para arreglar este desastre.

¿Por qué habla esta gente con un tono tan agudo? ¿Por qué a penas abren la boca para hablar? Vocales extrañas, palabras recortadas y un siseo cada vez que pronuncian la letra ese... es bastante irritante.
Llevo más de tres horas en el centro de renovación y no tengo ni una pista de mi estilista. Al parecer, no está interesado en verme hasta que Zoë y los demás miembros de mi equipo de preparación no se hayan ocupado de algunos problemas obvios, lo que incluye restregarme el cuerpo con una espuma arenosa que no sólo me ha quitado la suciedad, sino también unas tres capas de piel (he descubierto que estoy repleta de pecas), darle uniformidad a mis uñas y, sobre todo, librarse de mi vello corporal. Piernas, brazos, torso, axilas y parte de mis cejas se han quedado sin un solo pelo. No me gusta, tengo la piel irritada, me pica y la siento muy vulnerable. Sin embargo, Nerida me ha dicho que debo comportarme bien para que hagan un buen trabajo conmigo y deslumbre al público. No entiendo con exactitud a qué se refiere con ello.
— Creo que necesitarás tomar otra ducha— dice un tipo regordete con con un extraño peluquín de rodetes blancos que parecen antiguos, Bastian.— Tu cabello es un asco, querida.

Me limito a soltar una risita tímida porque gritarle una mala palabra no sería lo adecuado.
Zoë y Bastian me levantan de la mesa y me quitan la fina bata que me han permitido vestir de vez en cuando. Me quedo quieta, completamente desnuda y avergonzada hasta la médula; después  me untan la piel con una loción que primero me pica y luego me calma. Acto seguido, una mujer mayor con pupilentes rosas y las uñas enormes a la que llaman Fiona se une a ellos y entre los tres me llenan los rizos con mil infusiones que huelen a medicina, para después darle forma con unas tijeras que parecen de oro, como si fuera un arbusto.
Los tres dan un paso atrás y admiran su trabajo.
—¡Excelente! ¡Ya casi pareces un ser humano!— exclama Fiona, y todos se ríen.

—Gracias —respondo con dulzura, obligándome a sonreír para demostrarles lo agradecida que debo estar. Espero agradarles y que si mi estilista decide ponerme en ridículo, ellos decidan intervenir.— En el Distrito no tenemos muchas razones para arreglarnos, además el agua de mar me ha estropeado completamente.

— Claro que sí, ¡pobre criatura!— dice Bastian, juntando las manos, consternado. Creo que me los he ganado con mi respuesta.

—Pero no te preocupes —añade Zoë.—Cuando Pixie acabe contigo, ¡vas a estar absolutamente divina!

—¡Te lo prometemos! ¿Sabes? Ahora que nos hemos librado de tanto pelo y porquería, ¡no estás tan horrible, ni mucho menos!— afirma Bastian, para animarme, aunque sólo consigue que me sienta mal—. ¡Vamos a llamar a Pixie!

Salen disparados del cuarto. Los miembros del equipo de preparación son tan sinceros en su intento por ayudarme y me parecen tan estúpidos que me resulta difícil guardarles rencor por todas las veces que me han insultado en tan solo un par de horas. Parecen no estar al tanto de que arreglan ganado para el matadero.
Miro las paredes y el suelo, todo tan blanco y frío, y resisto el impulso de recuperar la bata. Estar aquí, desnuda y sola me da la sensación de ser una vaca esperando su turno para que la destacen en la carnicería.
La puerta se abre y entra una joven que personifica la extravagancia en su totalidad. Casi todos los estilistas a los que entrevistan en la tele están tan teñidos, pintados y alterados quirúrgicamente que resultan grotescos, pero ella simplemente me parece algo imposible. Pixie lleva el cabello extremadamente largo y peinado hacia atrás, de un tono tan claro que casi parece blanco, las orejas puntiagudas acentúan sus finas facciones de princesa y sus ojos son de un azul tan claro que aseguro, son falsos; lleva destellos implantados por toda la piel y no puedo evitar preguntarme cuán doloroso debe haber sido. Comprendo ahora el por qué de su nombre y ahogo las ganas de burlarme. Qué original.
— Hola, Mags. Soy Pixie, tu estilista— dice. Su voz parece también algo fantasioso, muy elegante y profunda, casi sin la alteración del Capitolio. Antes de que pueda contestarle algo, empieza a dar vueltas al rededor de mi, examinándome sin tocarme, tomando nota de cada centímetro de mi piel. Resisto el impulso de cruzar los brazos sobre el pecho.— Eres muy bonita— dice al fin.

THE 11th HUNGER GAMES| Mags FlanaganWhere stories live. Discover now