Epílogo

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—Gwenth. ¿Estas lista? —le preguntó Robb entrando en la habitación que compartían. La pelinegra estaba terminando de arreglarse para el largo viaje que tenían por delante.

Ella y Robb habían decidido marcharse a Isla del Oso y vivir allí, pues Gwendoline era la legítima señora del castillo. Tras los acontecimientos de Desembarco del Rey, donde Daenerys había decidido quemar la capital hasta los cimientos, Jon había acabado apuñalando a la Targaryen. Se les había llamado para una reunión que decidiría el futuro de los Siete Reinos. Eddard, que ya tenía cinco años iba a quedarse en la isla con los dos lobos.

Cuando llegaron al lugar de reunión, lo primero que hizo Gwendoline fue abrazar a Sansa, Arya y Bran, que ya es encontraban allí.

—¿Edmure? —preguntó sin poder creérselo.

—Gwendoline, Robb —saludó él.

—Tío Edmure, no sabía que habías sobrevivido —dijo Robb sin pelos en la lengua.

—Y yo pensé que vosotros habías muerto en mi boda —contraatacó él, para luego sentarse en su lugar. El matrimonio se miró con confusión.

—Mi lady, veo que el tiempo os trata bien.

—Ser Davos —saludó ella con una sonrisa, para luego pasar a la siguiente persona.

—Mi Lady —saludó el ojiazul.

—Hola, Gendry —le respondió ella con una sonrisa—. ¿Quien iba a decirnos a nosotros en Harrenhal que hoy estaríamos aquí y en estas posiciones? —dijo con gracia, haciendo referencia a su posición como señora de Isla del Oso y a la del chico como señor de Bastión de Tormentas.

—Nadie podría imaginárselo.


Todos procedieron a sentarse en sus asientos. Gusano Gris salió llevando consigo a Tyrion encadenado. El enano había sido acusado de traición hacia la reina Daenerys.

—¿Donde está Jon? —habló primero Sansa.

—Está prisionero.

—Como Lord Tyrion. Ambos debían venir a esta reunión.

—Nosotros decidimos que hacer con los prisioneros. Ahora la ciudad es nuestra.

—Si miras fuera de los muros de vuestra ciudad, verás a miles de norteños que te explicarán porqué te conviene que Jon Snow no sufra ningún daño, ¿Queda claro? —Gwendoline sonrió ante las palabras de Sansa. La chica había madurado mucho desde aquellos tiempos en los que lo único en lo que pensaba era en su boda con Joffrey.

—Y vos veréis a miles de Inmaculados que creen que sí.

—Algunos de vosotros seréis rápidos en perdonar. Los Hijos del Hierro no. Juré seguir a Daenerys Targaryen —interrumpió Yara Greyjoy, la señora de las Islas del Hierro.

—Jurasteis seguir a una tirana —le corrigió Sansa.

—Nos liberó de un tirano. Cercei se ha ido gracias a ella. Y Jon Nieve le clavó una daga en el corazón. Ahora, que los Inmaculados le den su merecido.

—Di otra palabra sobre matar a mi hermano y te corto el cuello —Arya estaba completamente seria.

Desde la Batalla de Invernalia, Gwendoline había cambiado su punto de vista sobre Arya cuando le contaron que aquella pequeña niña que odiaba coser y hacer cosas de damas había sido la que había acabado con el Rey de la Noche.

—Amigos, por favor. Llevamos mucho tiempo cortándonos el cuello mutuamente —les cortó Ser Davos—. Torgo Nudho, si no fuera por ti y tus hombres,  habríamos perdido la guerra con los muertos. Este país tiene una deuda que jamás podremos saldar. Pero lo intentaremos. Hay unas tierras en el dominio, buenas tierras. La gente que vivía allí se ha ido. Hazlas propias. Funda tu propia casa, con los Inmaculados como tus abanderados. Hemos tenido bastante guerra. Miles de vosotros, miles de ellos. Ya sabes como acaba. Debemos encontrar un medio mejor.

La Rosa De Invierno - Robb Stark-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora