Capítulo 7

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Todo el mundo veía a Viento Gris como el animal salvaje que mostraba en las batallas. Pero Gwendoline había encontrado una faceta jugetona en el lobo y estaba decidida a disfrutar de ella. Por eso todas las tardes se llevaba a los dos lobos al bosque para jugar con ellos. Ella les lanzaba palos para que fueran a buscarlos y luego corría en el otro sentido para que los animales la persiguieran. El juego solía terminar con ella por el suelo y Mera y Viento Gris tirados sobre ella mientras le chupaban la cara y las manos. Los lobos habían crecido bastante y ya le llegaban por la cintura, mas ella los seguía queriendo y tratando como si fueran aquellas pequeñas bolas de pelo que vio la primera vez.

Una tarde, la pelinegra se encontraba tirada en el suelo con los dos lobos a su lado mientras se revolvían para que les acariciara, cuando vio a Lady Catelyn dirigirse hacia los caballos. La chica se levantó rápidamente, lo que provocó que los dos animales también lo hicieran.

—¿Catelyn? ¿Qué ocurre? —preguntó preocupada.

—Me voy. Viajo a Bastión de Tormentas para hablar con Renly e intentar convencerle de que se una a nosotros —la chica asintió y abrazó a la mujer.

—Ten mucho cuidado, por favor —e pidió, temía que algo pudiera pasarle a la única imagen materna que había tenido nunca. Catelyn abrazó a la chica con cariño.

—Tú también, e intenta que Robb no cometa muchos errores. Si a mi no me hace caso, tal vez a tí si que te lo haga —la chica sonrió y asintió.

—Quiero ver al prisionero —informó al guardia de forma inexpresiva. Al principio el hombre se negó, pero rara vez era la que Gwendoline no conseguía lo que quería. No pudo evitar poner una mueca el ver la cara llena de sangre y barro de Jamie Lannister.

—Vaya, Osezna, estabas tardando en aparecer por aquí —la pelinegra decidió ignorar el comentario del Matarreyes.

—¿Sabes? Siempre te he considerado muy misterioso, con esos aires de grandeza y la cabeza bien alta, pero con los ojos tristes —aseguró apoyando la espalda en la puerta de la celda.

—No se a que te refieres.

—Oh, claro que lo sabes. Siempre me han dicho que se leer muy bien a las personas. Sé que aunque aparentas frivolidad ante lo que le ocurre a tu hermano, y en contra de la opinión de Cercei, te preocupa lo que le ocurra a Tyrion. Sé que tienes miedo por tus hijos. Sinceramente, no me importa lo que le suceda a Joffrey, él mismo se está buscando sus desgracias. Yo me refiero a los pequeños —vio como la mirada del Matarreyes se endurecía, había acertado—. Tommen y Myrcella son demasiado pequeños e inocentes. Y sin embargo, se van a ver envueltos en todo este lio.

—¿Tengo cara de escuchar y dar buenos consejos? Desde que estoy aquí no hago más que recibir a gente que viene a contarme sus problemas.

Las palabras del Lannister no la impresionaron. De hecho, se lo esperaba.

—No te preocupes, no voy a gastar más tu preciado tiempo, solo quería comprovar que mi opinión sobre el Matarreyes era cierta.

Y sin más salió de la jaula.

Unos días más tarde, y a escondidas, Robb y Gwendoline se casaron bajo un manto de estrellas. La pelinegra sabía que no debían hacerlo. Robb estaba prometido con una de las hijas de Walder Frey, el señor de Los Gemelos no estaría muy feliz cuando lo descubriera. Pero en aquel momento no le dio importancia. Se estaba casando con el amor de su vida y no podía estar más feliz.

—Tengo algo para tí —le confesó Robb a la mañana siguiente. La Mormont le observó con una gran sonrisa.

—¿Qué es? —como respuesta, Robb saco un objeto de entre sus cosas. Gwendoline retuvo un grito al ver la preciosidad que tenía frente a ella.

Era una espada, tenía el tamaño ideal para ella y era bastante ligera. Mostraba un lobo huargo grabado en la parte plana, y el mango era de cuero blanco, mas lo que llamó su atención era el relieve del final del mango. Allí donde terminaba la espada habían creado una rosa. Gwendoline supuso que era una rosa invernal.

—Es preciosa —murmuró sin poder apartar la mirada del arma. Robb sonrió con orgullo al verle la expresión.

—Vamos a probarla.

Ambos se vistieron y salieron de la tienda que compartían para hacer un duelo en la explanada que formaban las tiendas. Algunos de los hombres se detenían para observar a su rey luchar con la chica.

Robb dio un corto paso hacia la izquierda para obligar a la chica a que se desplazara también e intentar hacerla caer. Pero Gwendoline, viendo sus intenciones, hizo como si se moviera, pero regresó de nuevo y giró su espada sobre la de Robb para desarmarle. Le sonrió con burla.

—Vaya, estas muerto —comentó mordazmente, ganándose las risas y los gritos de los hombres que observaban la pelea.

La Rosa De Invierno - Robb Stark-Where stories live. Discover now