Capítulo 34

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––Necesitamos encontrar un tema de conversación, sabes. No podemos pasar toda la tarde sentados en el suelo, comiendo galletas. ––Zoe hablaba mirando fijamente a Rubén, quien no paraba de comer galletas. Quizás, así como hay gente adicta a sustancias prohibidas, Rubén podría ser adicto a las galletas… o a las malas ideas; como sentarse en el suelo.

––Oye, sí, a todo esto, ¿por qué nos sentamos en el suelo?

––Zoe, no sé si te percataste o no, pero sufro algún tipo de retraso… quiero decir, ese es mi encanto. ––él le guiñó uno de sus ojos mientras sacaba otra galleta de su empaque y la metía en su boca. Sí, quizás era un adicto.

––No es ningún encanto, Rubius, ––Zoe recalcó de más el sobre nombre de Rubén –– ¿Sabes cuánto te lastima esto el trasero? Y no sé tú, pero yo quiero tener un buen trasero.

––Lo tienes, tía. ––Zoe le dio un leve empujón al hombro de Rubén y se levantó. Él comenzó a reír mientras se levantaba del suelo, lo que dijo Zoe tenía sentido, pues era cierto que aquello de sentarse en el suelo dolía, sobre todo si llevabas más de 2 horas ahí. Y en verdad no sabía la verdadera razón por la que había elegido el suelo al sofá, o a una silla, simplemente parecía grandiosa y graciosa la idea de sentarse en el suelo, comer galletas y dejar que los minutos pasaran. Todo, cualquier idea, por más patética, ridícula y sin sentido que fuera, tenía algo de grandioso si eso se compartía con ella.

Zoe se encargó de ir a la cocina por dos vasos con jugo, Rubén podría tener la boca seca después de comer tantas galletas, y eso no sonaba muy genial. Mientras tanto, él se encargó de recoger un poco la basura que había quedado de las galletas. Ella llegó con los vasos, le dio uno a él y el otro se lo quedó ella. “Gracias.” Fue lo que dijo Rubén antes de comenzar a beber. Se sentaron en el sofá, dejando por fin descansar sus traseros. En sus mentes estaban en busca de algún tema de conversación, y aunque ninguno parecía el mejor, Rubén decidió hablar.

–– ¿Qué significado tienen tus tatuajes? ––preguntó tocando con su dedo índice la muñeca de Zoe, que tenía una frase: “There’s a better world… well, it must be.” Ella sonrió ante su pregunta, pero más que nada, sonrió al sentir el tacto suave de su dedo sobre su piel.

––Éste, ––dijo indicando precisamente el que Rubén estaba apreciando–– es la letra de una de mis canciones favoritas, es de The Smiths, es una canción súper depresiva, y auto destructiva. Y no sé, me encanta esa parte, porque pienso que puede haber un mundo mejor, y que debe de haberlo.

––Comparto tu pensamiento, quiero decir, pienso y creo en que allá afuera hay algo más. No precisamente “Dios”, pero puede existir algo que nadie sabe. ––ahora este era otro punto en común, la creencia de que existe algo más, ninguno sabía qué era exactamente ese “algo más”, pero estaban seguros de que podía existir, y de que era algo maravilloso.

––Este me lo hice cuando tenía como 16 años, en aquel entonces admiraba bastante a The Beatles, y con la canción de Hey Jude, entonces me tatué esa frase: “Take a sad song and make it better.” ––hablaba mientras señalaba su antebrazo, mostrando las letras cursivas y negras que se estampaban ahí. Rubén se dedicó, otra vez, a pasar su dedo por sobre ellas. Aquello era tan sólo un pretexto para tocarla, para sentirla, y que ella lo sintiera.

––Este no recuerdo bien cuándo me lo hice, ––señaló la parte interior de su brazo, en el cual se podía leer otra frase en inglés: “Well, it’s my time coming. I’m not afraid to die.” –– pero pues básicamente significa eso: no tengo miedo de morir. ¿Sabes? A la mayoría de las personas cuando les preguntas cuál es su mayor miedo, suelen contestar que es el morir, la muerte, y no, para mí, mi mayor miedo es estar viva por siempre. Supongo que el hecho de morir te salva de muchas cosas y sufrimiento, y el vivir sólo es desgastarte. Amo vivir, eso está claro, pero si muriera no sería como algo que necesitara evitar. La muerte es inevitable… supongo que también tiene qué ver la forma de morir… pero bueno, mucha muerte por hoy.

––Entonces, si tu mayor miedo no es morir… ¿cuál es? ––él quedaba impresionado otra vez, la forma que tenía Zoe de expresarse y de hablar simplemente lo dejaban sin qué decir, ella era interesante, demasiado, y aquello era algo que amaba Rubén, pues con cada palabra que salía de los labios de aquella chica con ojos azules, le entraban aún más ganas de conocerla más. Zoe no sabía cómo responder a esa pregunta, la verdad es que era una chica con muchos miedos, posiblemente más de los que eran necesarios. Pero siempre hubo un miedo, un miedo que cuando pensaba en él, la helaba, y hacía que sus ojos comenzaran a arder. Su peor miedo…

––Te va a sonar patético, pero mi peor miedo es la soledad. Quedarme sola, es sin duda, peor que la muerte. Yo lo viví cuando mi madre murió, sabes… y es la peor sensación del mundo. ––suspiró ruidosamente, mientras dejaba que una apenas visible sonrisa brotara de sus labios. Aquel sí que era su peor miedo, el cual causaba más dolor, agonía que la misma muerte. Podría ridículo, pero ella siempre soñó con ser una persona que era amada, querida, y que tenía compañía, así que el ser una solitaria, sólo la haría una fracasada.

––Me gustaría saber sobre eso… en verdad, tía. ––Rubén hablaba con voz baja, pero no tan baja, suave, como si el hablar fuerte la fuera a romper, y es que cuando la veía así; con esa pequeña sonrisa, y con sus ojos mirando hacia el suelo, no quería nada más que abrazarla, pues se veía frágil, pero no lo era. Zoe era fuerte, siempre lo había sido. El instinto protector le salía desde lo más profundo de su alma.

–– ¿En verdad quieres entablar una conversación depresiva?

––Tú calla y cuéntame.

––No te puedo contar si me callas. ––y entonces una sonrisa más que grande se posó sobre los labios de ella. Y él sonrió.

––Siempre encuentras algo para joderme.

––Verás; la gente cambia, yo cambié, más de lo que hubiera deseado. Cuando era una niña, tenía muchos amigos, y te lo juro, no sabía por qué, nunca me empeñé en gustarle a la gente, y posiblemente no tenía muchas cualidades, pero tenía amigos… muchos. En aquel momento vivía bien, sin preocupaciones, sin tristezas, y sin miedos. Sólo vivía. Pero crecí, y suena inmaduro, pero desearía nunca haberlo hecho, porque con cada año vivido alguien se alejaba de mí. Pronto los amigos se acabaron. Mis “mejores amigas” se olvidaron de mí en tiempo récord, había una, se llamaba Rosario, tío, era mi única amiga, y no estoy siendo extremista. Pero supongo que yo sólo estaba con ella por costumbre, no porque realmente quisiera estar a su lado, más bien sólo lo hice porque tenía miedo a quedarme sola. Cuando mi mamá murió, todos se fueron, ella, Rosario, nunca estuvo conmigo para darme un abrazo, para decirme que todo iba a estar bien, aunque fuese mentira, ella nunca estuvo, no me visitó, siempre era yo la que tenía que ir a verla, siempre era yo la que tenía que decirle que estaba mal, porque nunca se dignaba a preguntar “Oye, Zoe, ¿qué tal? ¿Cómo van las cosas?” Yo pasé de ser su mejor amiga, a ser simplemente… nadie. Ella tenía más amigas y amigos, tantos como los que yo tenía cuando era niña. Después de que mi madre se fue, Rosario se fue, desapareció de mi vida, y fue entonces cuando mi familia dejó de existir. Mi padre, mis hermanos, todo dejó de existir. Y me quedé sola. Y te juro que es algo que no quiero volver a vivir… es algo que te mata, por eso no tengo miedo a morir, porque yo estuve muerta en aquel tiempo. Porque morir es menos doloroso que estar sola… Después Brenda me rescató, trayéndome a Madrid, y entonces conocí a Anthony, y después Brenda se fue… y ahora Anthony se fue también, pero a pesar de la distancia, no es igual a como fue con Rosario, porque ellos están siempre al pendiente de mí, y ellos me dicen que todo está bien, aunque sea mentira. Así que no estoy sola. Además, tengo a Cheeto y a Mangel… Y tengo a un tal Rabos… ¡Oh, Rubius! ––Rubén comenzó a reír bajito, y ella se limitó a sonreír. Él comenzó a acariciar una de sus manos, su piel era tan suave, que podía pasar todo el día acariciándola, el hecho de que ella ya lo contara como parte de su vida, de su compañía, era tan genial… joder, con cada día que pasaba, con cada palabra que ella pronunciaba, con cada sonrisa que se posaba en sus labios, con cada minuto que vivía junto a ella, se percataba de que realmente le interesaba esa chica, realmente la quería… ahora el problema sería cómo se lo confesaría… En aquel momento, su peor miedo, era ser rechazado…


Zoe |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora