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Otra línea vertical. Otro tachón.
Un día más tras barrotes, me decía,
era esa mi canción sin nombres.
Y escuchaba de lejos, muy lejos,
a otros lisiados igual de dementes que yo,
los vi agitar las manos para llamarme.
La mayoría del tiempo ignorados,
mas una vez las cogí.
Y nos acompañamos.

Se llamaba Ángel.
No me desampares...
Ángel no era mujer, no era hombre,
era quietud y temblor,
era carboncillo y hueso,
era tinta seca y lagaña,
era una sonrisa sin esencia.

Una mano me sujetaba sin alma.

Ángel comía con las manos,
como los demás.
Y se mecía.
Oh, yo vi cómo su luz se entenebrecía.
Yo vi su caída, nunca su fulgor.
Ángel no tenía ojos, pero lloraba.
Día tras día gemía.
No sé si de dolor.

Él no veía.
Ni yo.

Aquestas plumas de otoño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora