43. Casa

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Miré la hora en mi móvil con cierta exasperación y lo guardé lanzando una sutil maldición al notar que habían pasado más de quince minutos desde que esperaba. Asumí que probablemente ese tiempo se extendería y me acerqué a una banca que creí estaba libre, pero al acercarme noté que se encontraba sentada en ella una familia compuesta por una anciana y tres perros, los cuales ocupaban por completo el asiento. La mujer me sonrió, yo le sonreí con una clara petición en el rostro, pero ella sólo acarició a uno de sus perros y me ignoró.

Contuve mi indignación ante la falta de empatía y acomodé mis maletas con tal de crear un asiento improvisado justo al lado de la banca, sólo para que en algún momento la vieja se sintiera mala persona. No era sólo que yo, un joven agotado por un largo vuelo y que moría con el calor de la tarde, sino que todas las personas que acababan de bajarse de sus vuelos y que esperaban por taxis se merecían un asiento digno.

A diferencia de mi madre yo no me hacía amigo de la gente del mundo sólo con una sonrisa, por lo que evité mirar a la mujer deliberadamente y me coloqué audífonos en los oídos a pesar de que no estaba escuchando nada. Allí me quedé, algo resentido y cansado mientras esperaba.

Volví a tomar mi móvil y le envié un mensaje a papá diciéndole donde lo esperaba y justo cuando terminé de escribirlo sentí que alguien le daba un golpe a mi gorra de béisbol, quitándomela de repentinamente. Mi cuerpo se tensó y estuve a punto de erguirme, pero reconocí la risita de mi hermana y al instante ella apareció a mi lado escondiendo la gorra en su espalda.

-Esta cosa atenta contra los códigos de estilo.- comentó.

-¿Qué códigos?- pregunté levantándome.

-Todos.- dijo con obviedad.

-¿Le llamas a eso argumento?-

Nos miramos con muecas de disgusto por unos segundos y luego, porque era natural, nos sonreímos y nos saludamos con un abrazo en el cual aproveché de apretarla con más fuerza de la necesaria sólo para fastidiarla como ella me había fastidiado a mí. Maya tuvo que pellizcarme las costillas para que la soltara y lo hizo sin ninguna clase de delicadeza.

-¡Eso dolió!- me quejé acariciándome los costados.

-¿Esa era la idea...?- dijo entrecerrando los ojos.

-¿Dónde está papá?- pregunté.-Estoy pensando en acusarte con él.-

Ella rodó los ojos incrédula y me dio un suave empujoncito mientras sacudía la cabeza. Rebuscó algo dentro de los bolsillos de su cartera y sacó las llaves de un automóvil, las cuales puso frente a mi cara tan cerca que casi pude olerlas.

-Hoy tendrás el privilegio de ir conmigo, en mi carruaje.- dijo con una sonrisa de suficiencia.

-Ok.- dije guardándome mis comentarios.

Tomé mis maletas y ella me ayudó con algunas. Mientras la seguía por las afueras del aeropuerto comencé a imaginarme los eventos que habían llevado a mis padres a dejar que Maya fuera dueña de un vehículo. Como antecedente teníamos la vez que había tratado de conducir el automóvil de mamá cuando tenía quince y lo chocó contra la puerta del garaje en cámara lenta mientras gritaba; o la vez que ella y su amigo Alan fueron a una fiesta y olvidaron ponerle el freno de mano a la camioneta de los padres de él; o cuando la dejé conducir mi propia camioneta y de alguna forma le quebró el espejo retrovisor.

El asunto era que mi hermana no tenía una buena historia con vehículos de cuatro ruedas sobre las cuales ponía sus manitos, o garritas.

Me sorprendí cuando la vi alzar las llaves y hacer que un Beetle blanco encendiera sus luces. No era uno de esos modelos clásicos, sino que la versión moderna y descapotable que muy estereotípicamente mi mente asociaba con chicas jóvenes y con situación económica estable; características que de todas formas coincidían con ella.

La Primera RupturaOnde histórias criam vida. Descubra agora