Capítulo 10: Susurros (parte II)

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—¿Cómo que hubiéramos ganado? —sorprendido y consternado, como quien busca en su cabeza argumentos para seguir la discusión. El joven comenzaba a lamentar el haber hablado—. Hubiera...

—¡Basta Germanus! —irrumpía Oriana levantándose. Luego observaba la mano de este, que se encontraba astillada y manchada de sangre. Suspiraba, descargando el enojo que le imprimía la situación—. Tengo una venda, te limpiaré la mano...

—No —interrumía—. Puedo solo.

La guerrera revoloteaba sus ojos y lo veía buscando en sus pertenencias sin éxito.
Bori levantaba su cabeza y observaba la situación limpiándose sus últimas lágrimas.
Oriana buscó en el zurrón que le pertenecía un líquido que se utilizaba para las heridas y al ver la cara abatida de Germanus comenzó a ayudarlo.

—Es... —acongojado y limpiando su nariz—. Es un bebe enojado —quien extendía su mano astillada, devolvía la mirada. Algunas pequeñas risas o intentos de las mismas, comenzaron a aparecer. Había sido la primera chispa de humor, después de tantas horas y el grupo lo agradecía.

 Había sido la primera chispa de humor, después de tantas horas y el grupo lo agradecía

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—Si te sirve de algo —le hablaba Oriana mientras limpiaba la herida—. Creo que Rigal sabía.

—¿Qué sabía? —los gestos de extrañeza recorrieron todos los rostros, pero se sintetizaron en la pregunta de Germanus.

La guerrera recordaba la conversación que había tenido con Rigal en el bosque de Noinor, mientras intentaba explicar:

—Para cuando la guerra llegue, él será mayor, estará entrenado y será un gran Mythier. No es lo que yo quiero, es el destino...

—Pero...

—... Por eso debemos entrenarlo, ayudarlo, acompañarlo. Debemos creer en él.

—¿Por qué le tenés tanta fe?

—Porque es el último Oriana —recorriendo el suelo con sus ojos—. Él tendrá que limpiar el nombre de los Mythiers ante los Vahianer y ante el mundo entero.

—¿Cómo que él?

—¿Confiás en mí... todavía? —interrumpiendo su pregunta—. ¿Me ayudarás una vez más?


Dejando ir el recuerdo de su mente y acomodando su pelo, volvió a hablar.

—Creo que sabía que iba a morir —volteando para ver al joven—. Y también sabía que Engar era un Rasat:

Después de algunos suspiros y ademanes de risa, Rigal volvió a hablar.

—Ustedes —mientras esperaba a que todos desmonten y se acerquen—. Tomarán este camino —señalando con el dedo—. Irán a Rasgh y buscarán en la ciudad de Billeg a Boba'do. Nosotros —hacía un gesto con el que incluía a Milton—. Iremos a Kungal.

—¿Kungal? —interrumpía atónito Engar.

—Sí. Debemos separarnos...

—Rigal no estoy seguro que esta sea la mejor idea —intervenía Oriana—. Además ¿Cómo encontraremos a esa persona en una ciudad tan grande? Es más, ni siquiera sabemos quién es.

—¿Qué harán en Kugal? Creía que era solo un leyenda —las palabras de Bori comenzaban a hacerse viento en los oídos de Rigal, quien por alguna razón parecía no escucharlo. Permaneció así, algunos minutos. Ausente. Sin responder ningún tipo de pregunta, como si estuviera pensando.
Finalmente posó su mirada sobre la guerrera y volvió a hablar.

—Deben confiar en mí. No hay tiempo que perder —dejando a todos con sus preguntas en la boca—. Nos encontraremos... lo prometo —luego de esas palabras saludó a cada uno. Milton, que hacía lo mismo, alcanzó a ver como el oído de Oriana era susurrado por su maestro. Sus labios se habían movido a tal velocidad mientras la abrazaba, que habría sido imposible para cualquier presente descifrar el mensaje.

Oriana se tomó un largo rato para explicar de que estaba hablando. No muy contenta revivió y expresó sus memorias, sus últimos recuerdos junto a Rigal. Fhender y Bori parecían entenderlo, aceptarlo. Germanus, oponía resistencia.

—Es imposible... —retiraba bruscamente su mano de los dedos de Oriana—. ¿Por qué?¿Cómo no lo notamos? —sin saber que decir, indignado. Sus próximas palabras se tomaron un poco más de tiempo, como si estuviera buscando la parte de la historia que no le cerraba—. ¿Y que fue eso? ... ¿Qué fue lo que te dijo antes de partir?

La guerrera abrió la boca pero de ella no salieron palabras; dio media vuelta y comenzó a caminar por la habitación.

—Hablá Oriana —no gritaba pero su tono era alto y se impacientaba al ver que los ojos de esta buscaban una salida—. ¡Oriana! —hacía temblar a la mujer.

—¡Está bien! —estirando sus brazos—. Perdón... es mi culpa... —sintiéndolo—. Es todo mi culpa —haciendo una pausa—. "Abrí los ojos" me dijo. En ese momento no lo entendí; pero ahora... —suspiraba cargando fuerza—. Engar estaba enfrente de mí —se dejaba caer—. No pude entender su metáfora.

—Se entregó a morir —hablaba Bori perdido—. ¿Por qué?

—Eso... sin saber que decir. Eso es imposible —apoyó su mano sobre el hombro de Oriana, intentando demostrar que su enojo no era contra ella. Lo enfurecía aún más hacerle daño a quien quería; por lo que después de unos segundos y sin decir nada, comenzó a caminar hacía la puerta. Pero esta se abrió antes de que llegase.

—¿Buscan a "Boba'do"? —una voz deteriorada acompañó el chillido de la puerta al abrirse. La estupefacción arrasó con todos los presentes; excepto Germanus que no estaba para acertijos.

—¿No le han dicho que escuchar conversaciones ajenas es de mala educación, anciana? —aunque sus palabras sonaban tajantes, en la cara de la anciana se formaba una amplia sonrisa.

—Creo que puedo serles de ayuda... —hablaba nuevamente Ar, entre risas.

                                                                                                                                                               NicoAGarcía

                                                                                                                                                               NicoAGarcía

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Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora