—No quiero parecer maleducado, pero no creo que esto sea asunto...

—Es asunto mío si mi hermano me llama de madrugada desde los baños de una discoteca guarra para contarme sus penas, ¿me entendés?

De repente, la imagen de un Mateo triste y derrotado llamando a su hermana desde los sórdidos cuartos de baño de una discoteca de mala muerte le asaltó, agudizando la terrible sensación de arrepentimiento que sentía por haber permitido que algo así pasara. Volvió a gruñir.

—¿Y bien? —le preguntaba la modelo, con voz impaciente. A lo lejos, pudo oír la protesta de un bebé, al que Dani imaginó soliviantado por el mal carácter de su madre.

—Le llamaré —dijo, con la esperanza de acabar aquella conversación que tanto le incomodaba.

—Más te vale —dijo la joven antes de colgar, sin despedirse siquiera.

Dani se quedó mirando el teléfono durante unos segundos, estupefacto de la antipatía de su cuñada y su capacidad para entrometerse donde no la llamaban sin ningún tipo de reparo; luego, con un suspiro, marcó de memoria un número de teléfono y volvió a colocarse el móvil junto al oído.

Oyó varios tonos antes de que descolgaran, durante los cuales Dani se devanó los sesos en busca de algo que decir a la persona que había al otro lado de la línea. Sin embargo, apenas oyó aquella voz tan llena de anhelo, se quedó en blanco.

—¿Dani? —oyó decir a Mateo al descolgar.

Al principio no supo si el apremio que había percibido en su voz se debía al enfado o no. Casi le había parecido notar un tono de esperanza y alegría en la voz del argentino, y durante una milésima de segundo se permitió a sí mismo desear que Mateo hubiera estado esperando su llamada. Sin embargo, sus propios remordimientos y el recuerdo de la última conversación que ambos habían mantenido aquella misma tarde le hicieron cambiar rápidamente de opinión y Dani, contrito, empezó a pensar que si Mateo había esperado su llamada sería para echarle la bronca que seguramente se merecía.

—Dani —volvió a escuchar, esta vez en un tono dubitativo y débil—, ¿estás ahí?

—Sí, sí, estoy aquí —contestó, encontrando su voz al fin—. ¿Dónde estás?

—¿Dónde crees que estoy? —preguntó Vico con voz suave.

Dani quiso contestar "en casa", pero no lo dijo porque sabía a ciencia cierta que no era la verdad. El ruido de fondo que podía oír más allá de la respiración de Mateo le decía que este seguía en el interior de la discoteca o demasiado cerca de ella para su gusto. Un dolor sordo se instaló en su pecho al imaginarlo aún en el lugar al que él mismo le había obligado a ir solo y probablemente enfadado. Dani se maldijo en voz baja por no haber previsto lo que Mateo, llevado por el resentimiento, podía haber hecho aquella noche. "Mateo no es ese tipo de hombre", se recordó a sí mismo, para a continuación decirse que no era ese el momento para estúpidos e infundados celos.

—Sé dónde estás porque Tina me llamó —respondió.

—Menuda chismosa, no debió hacerlo —dijo Vico.

Ambos rieron, algo nerviosos, y la tensión entre ellos se diluyó.

—Tenías razón, Dani —dijo Mateo, con la voz preñada de dulzura—, este sitio no es lo que yo esperaba, y si vos no querías venir, yo no debí hacerlo solo. Te debo una disculpa.

—No, quien te debe una disculpa soy yo. Ya sabes que a veces soy un jodido cabezota.

—Lo sé —dijo Vico. Dani sonrió al imaginarle hacer lo mismo.

Una noche en el SodomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora