Capítulo 9: Amanecer (parte III)

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El joven escuchaba atento la historia mientras la noche se ponía sobre ellos. Pocas veces había interrumpido para preguntar y solo una vez había pedido que omita detalles; se trataba de una explicación acerca de cómo lograban que la aguja pinte en el tatuaje cocido. A veces sentía ganas de preguntar si habían conocido a Rigal, o que era lo que sabían sobre los Vahianer; pero terminaba desistiendo.

—...Cuando Taniel notó el potencial de nuestro clan, la ferocidad de nuestros ataques, la eficacia y el diseño de nuestras tácticas; todo cambió —hablaba con saña—. Nos obligó a enseñarle a sus tropas, nos impuso jefes que nos controlaban... nos obligaron a trabajar para ellos, sujetadas a ellos. Claro que algunas lo eligieron, otras desaparecimos; lo cierto es... que la esencia Cursai se perdió para siempre. Ahora... —elevando su voz irritada—. Ahora se hacen llamar "los guerreros Cursai" —casi gritando.

—Es suficiente Zi —hablaba la muchacha intentando empatizar con su compañera—.Ya... es suficiente.

El silencio solo era intervenido con los ruidos del exterior. Las miradas permanecían perdidas y cada tanto se oía algún suspiro.
Fhender sentía sus piernas cansadas al igual que sus brazos y todavía contaba con algunos mareos y dolores de cabeza. Quería intentar mejorar el ambiente que se había generado; aunque no estaba seguro de cómo hacerlo. Apenas las conocía, en verdad recordaba, que ni siquiera sabía sus nombres. Por lo que creyó conveniente arrancar por allí.

—Perdon... —dijo atrayendo las miradas de las muchachas—. No conocía la historia —una de ellas levantó su hombro, dando a entender que no eran necesarias las disculpas—. Creo que es un buen momento para presentarnos —sonreía y se alegraba al ver que a ellas le pasaba lo mismo.

—Yo —hablaba la mujer de pelo corto—. Soy Aphela.

—Y yo —hablaba la otra—. Zies —sonreía y cambiaba su tono—. ¿Cuál es tu historia? ¿Qué fue lo que sucedió en el bosque?

El joven se veía venir esa pregunta. No estaba preparado para responderla, le parecía que eran de confiar; pero no podía estar seguro. Tampoco podía mentir, ya que ellas lo habían visto o eso le habían dicho.
El tiempo pasaba y todavía no había salido una palabra de su boca, la indecisión crecía así como la ansiedad en la mirada de las muchachas.

—No recuerdo muy bien... —frotaba su cabeza, intentando disimular; lamentablemente era un pésimo actor, y quienes estaban enfrente lo notaban.

—Está bien si no nos querés contar —decía una mientras la otra se apretaba los labios con los dientes—. Pero no nos mientas.

—Solo escuchamos un gran ruido, como si la tierra se moviera... Estabamos perdidas, y las ramas comenzaron a señalarnos la salida. Cuando todo se detuvo, escuchamos un grito o un sonido y al voltear te vimos... cayendo.

Esta vez esquivaba sus miradas intentando recordar. Vacilaba y las volvía a mirar. Se acordaba de lo sucedido, del poder que había sentido, de lo que había hecho; también de su desmayo, pero no del grito.

—Yo... —dudando—. ¿Grité?

Aphela y su compañera comenzaron a reír por la forma en la que el joven se había expresado.

—Simplemente no lo recuerdo —reía con ellas—. Yo soy... —un ruido se llevó la atención de todos los presentes y dejó a Fhender con las palabras en su boca. La velocidad constante que llevaba el carro había disminuido bruscamente, obligando a quienes estaban en la cabina a hacer lo posible para no caerse. Luego de eso, lo primero que el joven pudo ver fue la mano de Aphela, como diciéndole que no hable.

—Necesitamos revisar el carro antes de dejarlo entrar —se imponía una voz grave con cierta tenacidad.

—¿Qué es esto? —sonaba la voz de quien los llevaba—. ¿Desde cuándo se ataca la intimidad de una noble alma que intenta conocer Rasgh?

—Debemos hacerlo por orden del Rey —hablaba otro tipo—. Órdenes estrictas de encontrar a quien acompañaba a Rigal, se trata de un joven con el pelo enrulado... Si no tiene nada que ocultar no le molestará que revisemos su cabina.

Fhender estaba completamente tenso, las muchachas lo observaban perplejas, sin saber qué hacer. No estaban seguras de que sea a él a quien buscasen; pero después de lo que ellas habían visto, todo cobraba sentido.
Los pasos empezaban a sonar cada vez más cerca, pese a los quejidos del dueño de la carreta.

—Nos debés una —le dijo Aphela, refunfuñando por lo bajo. Seguidamente abrió la puerta y apresuradamente bajaron junto a su otra compañera—. ¿Por qué nos detuvimos? —preguntaba haciéndose la distraída.

—¡Oh! Ya veo que ocultaba el viejo —se reían entre los soldados—. "Mi intimidad" —se burlaban.

—Aun así debemos revisar adentro —hablaba un tercer soldado que se acercaba con decisión—. Correte —le decía a Zies que se encontraba obstruyendo el paso entre el guardia y la puerta de la carreta.

—Yo no haría eso si estuviera en tu lugar —decía Aphela entre risas.

—No me dan miedo las prostitutas —pronunciaba con veneno estirando el brazo hasta tocar el hombro de la muchacha. En su cara se pudieron ver los gestos de hostilidad que acompañarían el empujón; pero segundos antes de que ello se pudiera concretar, Zies desenvainó un cuchillo con el que ferozmente rebanó, por completo, la mano que la tocaba.
El alarido fue tan intenso, que logró asustar al joven, que permanecía adentro de la carreta sin entender que sucedía.
Luego de desapropiarlo de su mano, la muchacha pateó fuertemente la rodilla del tipo, logrando que caiga al suelo. Antes de que el soldado más cercano pudiera sacar su espada completamente, recibió tres dagas en el cuello que Aphela lanzó. El último soldado las miraba, se notaba que su cuerpo temblaba el paso del tiempo lo impacientaba más y más. El miedo se le acrecentaba al escuchar como el tipo que yacía en el suelo se retorcía de dolor. La mirada de las mujeres se mantenía firme, como si esperasen que actúe; pero lejos de eso, tiró su espada y salió a correr.

—Maled ¿A cuánto estamos de Billeg? —preguntaba Aphela mientras hacía bailar una daga en sus dedos.

—Acabamos de pasar el control fronterizo de Rasgh —reía con ironía—. Dejalo vivir... venderemos la carreta al llegar.

—Perras... —apenas podía hablar del dolor que sentía—. Zorras...

—Nuestro amigo sigue vivo —reía Zies—. Te dejaremos vivir... Me caíste bien —sonreía falsamente y se metía en la carreta.

—Vamos Aphela... Debemos apurarnos ahora —hablaba Maled.

La muchacha de pelo corto comenzaba a acercarse a la puerta de la carreta, pero antes de subirse dijo:

—Tenés suerte de haberle caído bien a mi amiga... —miraba la daga que no había usado en el otro soldado—. Lástima que a mí no —tirando la daga con ira, clavándola en su cráneo—. ¡Sigamos!

                                                                                                                                                           NicoAGarcía

                                                                                                                                                           NicoAGarcía

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Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora