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Draco Malfoy siempre se había destacado por ser un niño mimado que siempre gustaba de tener las cosas que quería cuando las quería.

Claro, eso hasta que la guerra había transcurrido; debido a la cantidad de eventos claramente desafortunados que acontecieron a su familia y que fungieron de mecanismo para que la mentalidad del chico rubio cambiase un poco frente a su propia manera inmadura de ser.

Pero eran tiempos pasados ya, gracias al testimonio de Harry Potter, él y su familia se habían librado de toda condena en Azkaban y habían logrado volver a tener un lugar medianamente aceptable dentro de la sociedad mágica gracias a la gran fortuna que aun les precedía.

Sin embargo, a pesar de la aparente paz y de que Draco terminó la escuela, el chico no había conseguido trabajar como inefable debido a la marca que poseía en su brazo y eso le encolerizaba en proporciones monumentales.
Los inefables contaban con un acceso increíble a secretos y misterios que casi nadie conocía y por eso, era impensable permitir que un ex mortifago trabajara en ello o eso es lo que le habían dicho, sólo que con palabras mucho más amables de las que él mismo había usado.

Era una basura, el ser auror no era una opción. Él no quería ser un idiota salvando el pellejo de los demás como lo hacía el auror estrella, no, más bien, el chico estrella de todo el jodido mundo mágico.

A pesar de todo, odiaba tanto a Harry Potter.

No lo admitiría, pero sentía una envidia descomunal hacia él.
Todos le querían, todos loaban absolutamente todo lo que hacía y vindicaban cada error como si fuese una nimiedad.

Pero eso no era lo peor de todo, oh, claro que no.

Malfoy había acabado trabajando en el departamento de pociones y hechizos del ministerio, teniendo uno de los mejores puestos. Sin embargo, trabajar allí hacían que él y Potter se encontraran una y otra vez cada que llegaban y caminaban por el atrio hacia sus debidos departamentos  o, cada que iban a almorzar.

Y para colmo, Draco sabía que Potter le dirigía miradas burlonas cada que sus ojos se encontraban.

El maldito niño que vivió, le seguía ofreciendo esa rivalidad jurada que se libraba en batallas visuales que normalmente ninguno de los dos perdía.
Y por Merlín, Draco ansiaba las mañanas sólo para darse sus escasos minutos de intensas miradas asesinas con Potter.

Ese maldito tenía todo lo que cualquiera podría desear e incluso su absurda relación con la comadreja menor era noticia aún, por los periódicos que no escatimaban en gastos de extensión para publicar estulticias sobre Potter.

¿Por qué tenían que hacer tanto revuelo? La guerra había acabado ya hace seis años y todo el mundo parecía tener en mente que había sucedido a penas ayer y por ende, debían de celebrar y estar pendientes del niño - ya más bien, hombre - que les había salvado el culo a todos.

También salvó tu culo.

Aquella vocecita en su mente - que tenía el tono austero de su padre - le hacía desear por momentos que alguna imperdonable le diera en la frente.

Sí, Potter le había salvado el pellejo y los había librado de Azkaban, pero eso no era excusa para que el cretino aquel le mirara de esa manera.
Era un mestizo insolente que olvidaba por completo que él no era cualquier idiota que podría escandilar con esas acciones bonachonas y humildes.

— ¿Todo bien ahí dentro?

Aquella voz lo sacó de sus cavilaciones.

Frente suyo, en su propio escritorio que antecedía a su oficina, estaba Livra, la mujer que trabajaba como la secretaria de Draco.

Lost in the time / Harco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora