Capítulo 7: Un nuevo rumbo (parte IV)

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Al día siguiente no hubo risas ni chistes. Sólo se esgrimían las palabras necesarias y se oían las respuestas imperantes.
Probablemente nadie había podido dormir después del episodio del joven; mucho menos descansar.
Las miradas se evitaban. Acomodaban su equipaje mientras Bori preparaba algo para comer. Tendían un viaje largo, unos cuantos kilómetros antes de llegar a Rasgh.
La pintura descascarada del lugar y la humedad de las maderas, comenzaban a tomar preponderancia en las habitaciones ahora que el olor de la fogata había desaparecido. Quienes eran de por allí, sabían que no era posible encontrar algo mejor por dos dientes marrones.
Pasadas algunas horas, la compañía estaba lista, con sus estómagos satisfechos; preparados para partir.

El camino de hacia la salida de Kioe no era muy extenso, y estaba adornado con el vivir cotidiano las personas; algo que al joven le parecía increíble. Veía niños y niñas que dejaban su sencillez e inocencia al correr de un lado a otro; veía la picardía de los mismos al pedir faltar a clase. «No importa donde esté, nadie nunca quiere ir a clase», pensaba mientras se estiraba una sonrisa en su rostro.
También encontraba el cariño, el amor, en los gestos de padres y madres acompañando a sus hijos a lo que para Milton era el colegio.
Esas miradas, ese sentimiento, traspasaba las barreras de lo que todavía el joven no entendía. Era igual, que el que sus ojos habían podido apreciar durante toda su vida. Era igual, al que había buscado toda su vida.
Estando cerca de unas maderas, que simulaban la puerta de salida del pueblo; antes de ser interrogados por los guardias que allí los esperaban, Milton giró su cuello para ver una vez más la vida de ese pueblo. Un aire de melancolía tomó su cuerpo y casi lograba instalarle lágrimas en sus pupilas. El sonido del metal siendo golpeado, de las aberturas abriéndose y cerrándose, los diferentes tipos de voces creando un bullicio constante, casi irritable; todo eso había logrado tocar una fibra que Milton creía haber perdido. Lentamente, la armonía del lugar se fue perdiendo y convirtiendo en el tosco ruido de los pasos del Gaper.
La espalda de Oriana tapaba su visión; aun así pudo notar el momento en el que se encontraron frente a los guardias. Pocos minutos después, se encontraban fuera del pueblo. El joven tenía que admitirlo, Germanus era bueno con la palabra.

La velocidad del Gaper, el viento golpeando su cara y aireando su pelo; la adrenalina de mirar el suelo y no conseguir una imagen concreta

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La velocidad del Gaper, el viento golpeando su cara y aireando su pelo; la adrenalina de mirar el suelo y no conseguir una imagen concreta. Todo eso aparecía nuevamente. Algo que las primeras veces le había ocasionado terror; ahora conseguía soltarle algunas risas dispersas.
No hubo sino galopeo hasta haber pasado unos cuantos kilómetros. El polvo de la tierra se desprendía creando grandes nubes; por lo que toda la compañía iba a la par, uno al lado del otro.

El grito de Germanus despertó a todos del sueño que ocasionaba pasar largos ratos andando. En ese momento tomaron consciencia de lo lejos que se encontraban del pueblo y tras algunos gestos de sorpresa, se acercaron a un cartel de hierro. Este se encontraba adherido a dos estructuras de metal, que actuaban con el fin de reflejar el brillo del sol sobre los ojos de los viajantes. Con una mano sobre uno de los postes, se encontraba Rigal. Esperaba allí, algo inclinado y con su otra mano acomodaba y desacomodaba su pelo, como si estuviera quitándose algo.
El grupo comenzó a acercarse lentamente sintiendo como el zumbido de los oídos, era desplazado por el choque del caudal de agua con las rocas; la figura de los arboles empezaban a aparecer y volteando, se podía apreciar a Kioe tan grande como una mano.
El letrero tenía algunas inscripciones que el joven no pudo comprender y luego, en la zona de abajo, un mapa. Este ocupaba la mayor parte del cartel y parecía como tallado sobre el hierro. Indicaba en donde estaban y a donde llegarían si seguían por ese camino. Mostraba todos los reinos y sus nombres; algunos le parecían extravagantes como "Sha'a" o "Tuk'Hum". Había estado leyendo algunos libros sobre el lenguaje antiguo, por lo que intentaba encontrar la pronunciación o el significado correcto; aunque lamentablemente para él, no conseguía descifrarlo.

Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora