Capítulo XXVIII

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Matthew.

Un grito y me aferro a su cintura para sujetarla.

-Shh. Aquí estoy, hermosa -La calmo mientras la abrazo.

Es la tercera vez en la noche que despierta exaltada, todo lo que ha pasado no ha hecho más que alterarla a pesar de haber ingerido psicotrópicos.

Ella estudia mi rostro volviendo en sí y me parte el corazón sentir su cuerpo temblar entre mis brazos.

-Aquí estoy -repito de forma tan constante como el resto de la noche y beso su cabecita.

Respiro su aroma, sentirla tan cerca, tan mía, tan a salvo me llena de una manera inexplicable.

-M-mi Matty -Solloza en mi pecho.

La abrazo fuerte, quiero que se sienta protegida.

Nos mantenemos así durante unos treinta minutos según mi reloj; cuando siento su respiración más pausada noto que ha vuelto a dormirse.

La puerta se abre y levanto la mirada justo cuando el rostro de Brenda aparece. Al vernos cierra la puerta con cuidado tras de sí y se acerca despacio.

-Escuché sus gritos hace un rato -explica y se sienta a nuestros pies, acariciando a su hermana.

Estamos en una de las habitaciones de la casa donde residen los padres de Mia.

-La doctora dice que es normal luego de todo lo ocurrido hoy. Recomendó subirle la dosis de los medicamentos -comenta mi cuñada y suspira con la mirada repentinamente perdida-. Es diferente a la última vez, no la veía tan mal desde... -Hace una pausa aunque ya intuyo de lo que se trata-, desde ese día. Aunque desde aquella vez no volvió a ser la de siempre, se encerró en sí misma, decidió irse y pasar esa etapa sola -Me mira y una media sonrisa aparece en su rostro-. Me alegra que ahora te tenga a ti, le haces bien.

-La amo -confieso con el respectivo salto de mi corazón al decirlo-. Como no te haces una idea.

-Te equívocas, tengo una muy clara -dice para mi absoluto desconcierto-. No cualquiera sería capaz de recibir una bala por ti -Puedo percibir sentimientos de gratitud y admiración en sus palabras.

-El arma no tenía balas -alego.

-Eso es algo que tú no sabías -me acusa.

-Suerte que tu hermanita sabe manipular armas -digo con más dureza de la que pretendía.

Brenda frunce el ceño y los labios, como si acabase de comer algo ácido.

-Luego de que llegara golpeada, herida, ensangrentada, hecha un despojo -Habla rápido, esculpiendo sinónimos con rabia-. Era de esperarse que quisiera aprender a defenderse, Franco la ayudó con eso y no se limitó a defensa personal y la típica patada en las bolas -Contrae el rostro-. Aprendió a manipular armas, combate cuerpo a cuerpo, entre otras cosas -agrega y ya no me mira.

Guardo silencio sin saber qué agregar ante tales cosas que desconocía de mi novia.

-Fue una forma de alejar la paranoia, de dejar de sentirse perseguida -suspira-. Ha sido algo muy duro para todos pero la peor parte le tocó a ella, incluso peor que la de mi sobrino -Me observa como si me estuviese confiando su mayor intimidad-. Matthew.. Siempre he sospechado que abusaron sexualmente de ella.

Siento un escalofrío recorrerme, todo mi cuerpo se tensa y sin pensarlo niego.

-No como probablemente piensas, pero sí pasó -confieso sin pensar y en seguida me arrepiento al percibir su sorpresa-. No lo sabías, ¿verdad? -Niega estupefacta-. Perdón, creí que al ser tan unidas...

-No te preocupes -interrumpe con el labio tembloroso-. E-ese maldito infeliz -masculla con odio.

-Ella me lo confió, te pido seas discreta -Quisiera morderme la lengua por tal imprudencia.

Ella hace un ademán para que me calle, su pecho se agita y es hasta ahora que noto que sus manos tiemblan; contenía el llanto.

Mi primer instinto es intentar abrazarla pero Mía descansa sobre mi pecho y no quiero despertarla, sin embargo, es Brenda quien lo hace, se estira sobre la cama al otro lado de mi novia y la abraza tan fuerte que da un sobresalto al despabilarse, por un momento quiero gritarle pero al mirarla me veo a mi mismo. Llora por impotencia, por no haber podido hacer nada.

Llora porque lo hecho, hecho está, y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo. Solo nos queda superar, y desahogarnos entre lágrimas.

Siento cuando es arrebatada de mis brazos, cuando se gira para consolar a su hermana, sin saber que ella llora precisamente por ella, por todo lo que ha vivido, por los abusos recibidos, por el daño con el cual a pesar de todo, siempre es capaz de ocultar detrás de una sonrisa; una que es tan radiante que te deja sin habla, sin respiración, una sonrisa en la que solo quieres quedarte a vivir, porque sabes que ya no sería igual sin ella.

Soledad Compartida | Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora