Capítulo X

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Los hermanos se asombraron por tal bonita historia. Alvene vio su pena en sus ojos, les había conmovido. Iba a aprovechar esa oportunidad para disculparse, porque recordó lo que había dicho al frente del rey de los dragones, sabía que eso ha ocasionado un resentimiento mayor en su persona, no obstante, si con ellos podría mantenerse bien estaría un poco más tranquila.

—Lamento lo que dije...Dragner, cuando estaba al frente de Dragner —se puso al nivel de los dos humanos y tomó las manos de cada uno—. Me es difícil recordar que humanos y elfos somos seres que deberíamos vivir en paz y vamos al mismo final. Lo lamento de todo corazón.

—Con todo respeto, princesa... —un pavor inmenso sacudió a Número XXXII. No se atrevió a hablar.

—No me tengas miedo —levantó la comisura derecha de los labios—. Soy tu igual, soy un ser vivo. He de admitir que mi padre y mi madre me lavaron mucho el cerebro, pero yo...

No alcanzó a decir la última palabra. Alvene recordaba que dentro del castillo hubo alguien que le enseño a que los seres vivos eran uno, que humanos y elfos podían vivir en paz, no obstante, cada vez que trataba de recordar un fuerte dolor de cabeza le venía y solo alcanzaba a ver la sombra de un ser que movía sus labios; palabras inentendibles llenaban su cabeza.

—A ver si entiendo —rompió el silencio Número XXXIII—. Admito que esa historia a sido bastante hermosa, me ha llegado. Pero no pienso tragarme tus palabras princesa de los elfos: ¿Quieres que crea que en verdad nos tienen un tipo de compasión?

—Yo...quiero, siento que...sí —tomó la mano de la chica y la pegó a su frente—. Mi mente y mi corazón están en un debate. Yo sé mis deberes como princesa, pero quiero que ustedes algún día puedan convivir como los antiguos textos lo decían. No se puede condenar a un hijo por los errores del padre, ¿no creen?

Eso tuvo mucho sentido para la humana, sus ojos se movieron de izquierda a derecha, buscando algo con que replicar lo que dijo la princesa. Sin embargo, no pudo y asintió con la cabeza.

—Princesa —Número XXXII se acercó a ella y le susurró—. Quiero saber algo que paso en la celda de Número X, pero no con él, sino con la imagen que tenía y usaba.

—Hablas del hombre llamado Silas, ¿verdad?

—Sí, podría contarme que fue lo que sucedió. Es para esclarecer su muerte y ver si podemos averiguar la verdad.

—Es por él, por su amigo. —miró de soslayo a Shamash, con algo de timidez—. Entiendo, comprendo y prefiero que lo vea antes que mis palabras la tomen por una mentira. ¡Rodrick!

Rodrick escuchó la voz de la princesa, fue de inmediato, apartando bruscamente a los humanos. Se inclinó ante ella, sintiéndose responsable de todo: estaba dispuesto a dar la vida por ella.

—Necesito un poco de tu éter, quiero mostrarles a todos lo que paso con el amigo del negro.

Shamash al oír a la muchacha de inmediato lo recordó, su mente viajó por unos segundos para armar los puzzles; el rompecabezas, las piezas, las escenas para encontrar la verdad del asesinato de su compañero. Fue donde la princesa de manera agresiva. Sus labios tiritaban, se paró al frente de ella y extendió su mano.

—Por favor princesa de los elfos, use de mi éter para poder saber la verdad. Créame que se lo agradecería de todo corazón, alma y mi reencarnación —la actitud de Shamash era ruda, sus ojos se entrecerraron y no apartó la vista de la elfa.

Rodrick elevó su cabeza, vio que Alvene accedió con la petición e inició con la absorción de energía, lo suficiente para realizar el sortilegio que quería hacer. El caballero se levantó y retrocedió, no obstante, no cerró sus ojos en ningún momento para vigilar la reacción del sumerio, ya que el rostro de aquel hombre de piel oscura estaba lleno de resentimiento, rencor y no iba a permitir que lastimará a la princesa.

Número XXXIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora