Capítulo VI

99 16 84
                                    

Cada paso que daba Número XXXIII por los escalones del coliseo más sudaba. Se sentía exasperada, no pudo decirle absolutamente nada al tipo que la vio con esos ojos intimidantes de color amarillo con un iris muy fino. Su cuerpo se movía por instinto, pensaba que su sentido común se había activado: era un rival al que no podía derrotar de ninguna manera.

Para cuando pudo apreciar lo poco que había de sol—porque estaba nublado—, se dio cuenta que los pusieron a todos en la trampilla para descender, una que se usaba para cuando un grupo de elfos quería pelear contra uno de los humanos para demostrar su supremacía—estos casos eran frecuentes, más aún cuando a los elfos les caía mal un luchador—. Los juntaron en grupos de cuatro y los bajaron a la arena principal. Recordó que había vencido a muchos elfos entrometidos, sentía un poco de nostalgia al saber que no iba a poder humillar mas a la supuesta raza superior que los tenía como esclavos. Una verdadera lástima para ella morir como alimento para un dragón y no en batalla.

Número XXXIII vio una jaula tremenda al medio, con unas cadenas gruesas enganchadas a las cuatro partes superiores del objeto. Observó que en su grupo venía Número X con dos mujeres más que fueron agregadas en el transcurso del camino, el hombre se veía muy pálido y carraspeaba.

Estaban haciendo los preparativos, los elfos sacaron unas de las jaulas vacías donde antes había un monstruo de más de diez metros de altura, agregaron algunas cadenas muy gruesas para que los dragones las tomaran y les hiciera más fácil el traslado de humanos. A continuación, ensamblaron rejas más pequeñas, por el hecho de que el grosor era muy extenso y un humano con buen contorsionismo podría escapar. Se tardaron toda la tarde en completar aquello, a causa de que los elfos no son muy buenos en el trabajo manual, por lo que todo esto se lo dejaban a los enanos. Sin embargo, como no había ninguno cerca y no serían tan idiotas para buscar uno cuando el rey de los dragones estaba impaciente para irse, lo mejor era improvisar.

Cuando la noche cayó, el rey de los dragones estaba lamiendo sus labios, daba vueltas por toda la prisión y con sus garras golpeaba los barrotes y las pequeñas rejas ocasionado un chirrido molesto. Por otro lado, el señor de los elfos estaba nervioso: no solo había perdido la confianza en algunos de sus hombres, sino que también no podía hacer nada para salvar a los hijos de Número Cero que vio entre los condenados.

—Mis querubines —Dragner les sonrió a sus dos guardaespaldas—. Llamen a la elite de extracción para que podamos llevarnos nuestro regalo.

Los dos obedecieron al instante, siendo mitad dragones abrieron sus alas y se impulsaron hacia el cielo.

—¡Oye maldito! —gritó enfurecido Número XXXII al escuchar a Dragner— ¡Le dijiste a mi padre que no le harías nada a mi hermana!

—¿Tan convincente me escuche? —dio una risita forzada y dio un salto tan grande que llegó al frente del humano. Todos los humanos se tropezaron, excepto Número XXXII—. Eres solo un humano, un maldito hijo de humano. Eres nuestro ganado, nuestra comida así que aprende a quedarte en tu lugar.

—Un rey que no cumple sus promesas —se agregó a la conversación Número X con un semblante firme—. Un rey que juzga a alguien por ser de una raza diferente no es ser rey, es ser tirano.

El rey élfico se quedó sorprendido, nunca había visto hablar a Número X con tanta coherencia, en verdad demasiada, tanto que el comentario no sabía si ofenderse o darle la razón al sujeto. El dragón se encaminó con una sonrisa de oreja a oreja, sus colmillos mordían sus labios, sus dedos se movían dando la impresión de que en cual segundo tomaría una pistola para reventarle los sesos al pobre viejo, por suerte aún no se habían inventado en este tiempo. Un aliento de fuego salió hacia el cielo, Dragner estaba furioso, tanto que al llegar donde el sujeto lo tomó del cuello y lo levantó sin piedad.

Número XXXIIWhere stories live. Discover now