Capítulo VII

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Después de la aventura de pasión, Sir Rodrick fingió ir a las torres para dar una ronda. Pues lo que encontró fue un desagrado enorme: la hija del rey había escapado de su cuarto.

Buscó por todas las zonas posibles donde sabía que se escondía la princesa, sin avisarle a su reina, empezó a reunir pistas que había en el lugar: guardias durmiendo por los pasillos de las torres, que por lógica era la ruta que la princesa usó para escapar. De una patada el caballero empezó a despertar a cada uno, siguió la guía que la princesa dejó sin que se diera cuenta y llegó hasta un lugar donde era imposible bajar. Verificó el perímetro, antes de adentrarse más vio como sus hombres se formaban en filas de cuatro para recibir la reprimenda.

—¡Hombres! —usó una voz ruda que amedrento y reunió a todos al frente de su presencia—. Su incompetencia solo los llevará a la deshonra y a la muerte. Por lo que, quiero que vigilen el cuarto de mi reina y le comenten que no volveré hasta que finalice unos asuntos importantes que atender.

—¡Sí señor! —gritaron firmes al unisonó.

—También quiero que guarden silencio sobre su insuficiencia y la desaparición de la princesa Alvene, ¿me han entendido?

—¡Sí señor!

—Y eviten a toda costa que mi reina entre a la habitación de su hija, ¿comprenden?

—¡Por supuesto, señor!

Dicho esto, Sir Rodrick observó una liana lo bastante gruesa que sobresalía del muro, por lo que concluyó que ese fue el método de escape de la elfa. Miró hacia el cielo, presenció nubes oscuras que pronto se comerían el sol y, probablemente, borrarían el rastro que necesitaba para encontrar a Alvene: la lluvia disiparía toda pista.

Bajó con destreza por las lianas. Sin ninguna dificultad tocó tierra, sintió como el éter del bosque estaba a su punto máximo, acarició las suaves corrientes de la vida y, desenfundando su espada, inició por dibujar el signo que llevaba la bandera de los elfos: el trisquel. A continuación, se arrodilló al frente del dibujo y empezó a cantar.

Veni Creator Spiritus

Mentes tuorum visita

Impie superna gratia

Ven espíritu creador

Visita las almas de tus fieles

Llena de la gracia divina

Una vez más necesito de tu ayuda

Te honro con esta oración

Creada desde mi corazón

Y dame la guía que necesito

Para alcanzar mi destino.

Estas palabras causaron una fulguración en el sitio, causando que Sir Rodrick cerrara los ojos por el gran destello blanco que lo consumió. Pasado unos segundos, parpadeó un par de veces y se refregó los ojos para notar a un animal de gran tamaño al frente suyo: Era Sigfrido, el lobo blanco de la guía.

—Nuevamente necesitas ayudas de los antiguos espíritus, querido Rodrick —le dijo el animal con un aullido amistoso.

—Sigfrido, o como me gusta llamarte: Siegfriend —Rodrick se acercó para acariciar el trisquel que el lobo tenía en su frente. El pelaje del animal era hermoso, tanto que con solo mirarlo uno se deslumbraba—. Esta liana, ¿puedes detectar la esencia o el olor del ser que la hechizó?

—Como los viejos tiempos ¿eh? —cerró los ojos y dio una risa suave. Lo interesante era que no movía la boca para hablar, parecía como si su voz estuviera en todos lados al mismo tiempo o era así como lo oía Rodrick.

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