61- Soneto de la dulce queja

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Sam me iba a matar... de la alergia, del disgusto o quizás un día iba a despertarme con un cuchillo enterrado en mi pecho. Si lo hiciera, no estaría enfadado porque sé que lo merezco, pero en realidad no pensaba que lo pudiese hacer.

También era posible que me matara de un susto, porque aunque debería estar acostumbrado, sus episodios de sonambulismo no hacían más que sorprenderme conforme pasaban las noches...

Fue ella la que prefirió dormir en el sofá, decía que eso de quedarse en una habitación que no era suya si no de una chica muerta, que resultaba ser mi hermana y casualmente había asesinado mi padre no le daba mucha confianza.
Sonaba lógico.

La verdad es que aquello iba a ser una solución temporal,  ni siquiera pensé bien en ello la primera noche que la traje. Pero ahora que había vuelto e iba a quedarse, lo cierto es que era bastante incómodo, supongo. Aunque en ningún momento ella dijo que iba a quedarse en realidad, tampoco se lo pregunté yo porque no quería sacar ese tema otra vez. Pero si qqueríaquedarse... bueno, mejor. Lo prefería. Pero tampoco iba a dormir siempre en ese sofá... No es que fuera incómodo ni nada parecido, pero no era lo adecuado.

Aquella primera noche fue la que casi me dio un infarto, pues eran las cuatro de la mañana y yo suponía que Sam ya debía estar durmiendo. Así que salí de mi habitación sin encender las luces e intentando no hacer ruido. Escuchaba de fondo maullidos en la otra habitación, pero los ignoré. No iba a volver a entrar ahí ni loco.

Estaba siendo una noche tranquila, sin tener en cuenta el incidente del cuchillo y ni se me ocurrió pensar que pudiese pasar otra cosa. Claro que cuando la cocina se iluminó un poco al abrir la puerta de la nevera y me giré, por poco no me atraganté de una forma bastante patética con el agua que estaba bebiendo.

Sam estaba en el suelo, así sin manta ni nada, acurrucada en las frías baldosas de la cocina. De no ser por la calefacción, ya habría cogido una hipotermia hacía mucho.

Encendí la luz y me arrodillé a su lado, intenté despertarla pero sólo me sirvió para comprobar que dormía profundamente. No era de sueño ligero, eso ya lo sabía de antes, ahora sólo podía intuir que terminó allí inconscientemente. Aquello me hizo plantearme si no sería mejor ponerle cerrojo a los cajones... sonámbula era impredecible y como acababa de comprobar, no podía saber siempre qué hacía.

No podía dejarla allí ¿pero que se suponía que iba a hacer? Siempre me quedaba la opción de llevarla en brazos de vuelta... Pero algo en mí me gritaba que no lo hiciera, mejor ni rozarla. La última vez que la toqué mientras dormía casi terminé estrangulándola... Y de eso no hacía más de veinticuatro horas.
Tal vez no fuera capaz de recordar con claridad todo lo ocurrido la noche anterior a esa, desde luego me arrepentía de muchas cosas, pero aquello fue imperdonable.

Reconozco que el alcohol tuvo algo que ver, pero no fue sólo eso. Para empezar, la noche de año nuevo estaba siendo terrible y atacar a aquella desconocida en el callejón no ayudó a que mejorase. Siempre pensé que estaba predestinado a ser cómo mi padre. La genética no podía equivocarse... Y también pensé que tal vez podía solucionar mis problemas cómo él hacía. Haciendo correr la sangre tal vez pudiese acallar las voces que sólo yo escuchaba y así sentirme mejor.

Pero no funcionó.

Y la aparición de Samantha no hizo más que empeorarlo aunque había estado soñando con su regreso. Por eso pensé... que todo empezó con ella y tal vez podría terminar con ella también.

Fue repentino y sin planear, como una inesperada subida de adrenalina sin venir a cuento. Cuando ella estaba ya durmiendo, tan tranquila a mi lado y supongo que sin desconfiar de nada, le rodeé el cuello con las manos. Tenía la intención de acabar con su vida allí mismo, asfixiándola.

Secuestrada (Indefensión Aprendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora