2-El día previo

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Supongamos que se trataba de un día normal y corriente como cualquier otro. Regresaba a casa del Instituto a la hora de comer, nunca venía sola, siempre andaba acompañada de una amiga que vivía cerca. Ella me hablaba de su trabajo de química y toda la profunda investigación que estaba haciendo; a ese paso, en lugar de resolver un problema simple planteado por la profesora, terminaría descubriendo elementos  desconocidos en la tabla periódica.

-Así que terminaré con una conclusión citando a ese investigador tan famoso que le gusta a la profesora. Siempre habla tan bien de él y sus teorías, seguro que la convenceré si añado su nombre, le dará credibilidad.

Llevábamos media hora de camino y no se había callado en ningún momento, pero yo hacía rato que había desconectado. Había escuchado su planteamiento decenas de veces en la última semana.

-Ajá -era lo único que logré contestar para mostrar mi interés.

- ¿Tú como lo llevas?

- ¿El qué? Ah, bien. Ya casi lo terminé, sólo falta pulir algún detalle...

Mi queridísima amiga me conocía demasiado cómo para saber que no era verdad. Hizo una mueca de decepción.

-Samantha, ni lo has empezado ¿cierto? es para el próximo lunes. Todavía tienes el fin de semana por delante, pero es un trabajo largo, no puedes terminarlo en dos días.

-Pruébame.

-No te dejaré copiar el mío.

-Tampoco iba a pedírtelo.

-En cualquier caso, no te atrevas a suspender.  Un suspenso significa repetir. Y repetir significa que no iremos juntas a la Universidad -dijo agarrándome del hombro para zarandearme con entusiasmo.

La maldita Universidad... cuántas veces había hablado con mis padres sobre ello... Y otras tantas veces los profesores intentaban meternos más presión en cada clase. Era nuestra única y mayor preocupación.

Empecé a buscar las llaves en mi mochila en cuanto nos acercamos al portal de mi casa.

-¿No están en casa?

-No, mi padre lleva ya un par de días sin aparecer. Están trabajando en un caso difícil, aunque no me explicó nada. Mi madre debe estar de cháchara con las vecinas a esta hora o quién sabe qué.

-Oh bueno. ¡Hasta el lunes, termina el trabajo!

Se despidió con la mano y siguió el camino hacia su casa. Yo entré en mi silencioso hogar.

La comida ya estaba preparada, con una breve y sobria nota de mi madre indicándome como calentarla. Me serví y comí sin muchas ganas, para después encerrarme en mi cuarto y acudir a mi alijo secreto de dulces. Si había algo que me hace sentir mejor después de una semana de clases, eso era atiborrarme de chocolate para olvidarlo todo.

Sabía que me esperaba un fin de semana larguísimo y que tendría que hacer ese trabajo en algún momento... Pero ese no era el momento.

Pasé un buen rato sobre mi cama, mirando infinitamente el teléfono, hasta que me dormí profundamente a media tarde. No desperté hasta que empezó a caer la noche, como ya era habitual. De hecho, fue mi madre quien entró en mi cuarto para avisarme de que iba a preparar la cena.

-Esta noche tu padre podrá venir más pronto. Cenaremos en familia.

Era una noticia agradable comparada con las expectativas. Mi padre siempre trabajaba turnos dobles y horas extras, su oficio lo requería. Estaba bien saber que estaría en casa, al menos para cenar.

Cuando llegó, la mesa ya estaba puesta y los tres nos sentamos juntos. A veces hubiese deseado que mi hermano no fuese tan estudioso... Si tan solo hubiera sacado tres décimas menos en su examen de acceso, se habría visto obligado a quedarse en casa y acudir a otra Universidad más cercana.

Podría haberse quedado en casa, pero decidió abandonarme a mi suerte solo deleitarnos con su visita durante las vacaciones.

- ¿Un día duro? -preguntó mi madre.

-Si... bueno, finalmente hemos resuelto el caso del pirómano. Un chaval de secundaria, al menos ya no volverá a provocar desgracias. No debería hablar de ello, pero al menos os puedo decir que recibirá la ayuda que necesita y ahora por fin podemos respirar en paz.

Siempre que terminaba un caso solía contarnos lo que sabía, al menos lo que le permitían. Pistas, detalles, advertencias... Llevaba hablando del pirómano desde hacía semanas, hubo decenas de incendios en bosques y edificios abandonados de toda la comarca.

A mi, sobre todo, me advertía cuando algún loco descerebrado andaba por la cuidad. Asesinos, psicópatas, ladrones... El mundo estaba plagado. Mi padre era Policía, así que por supuesto, me protegía de todo lo que podía. Y me enseñaba a protegerme a mi misma. Por esa razón me obligaba a llevar un espray de pimienta en la mochila y en el bolso, su numero estaba el primero entre mis contactos, teníamos nuestro propio código para los mensajes por si me ocurría algo y hasta me había dado clases de defensa personal. Demasiadas, diría yo.

Era un buen padre, un buen Policía. Y por supuesto, yo le quería mucho. Aunque no siempre estuviese en casa.

-Bueno, iré a acostarme, al menos hoy podré dormir un poco más.

Dicho esto, él fue el primero en levantarse de la mesa y desaparecer. Quedando mi madre y yo en un largo silencio lo que quedó de cena.

Más tarde, cuando supe que mi madre también se había dormido, me cambié el pijama y me puse la cazadora mientras salía silenciosamente de mi habitación, descalza y con mis zapatillas entre las manos para no hacer ruido.

Sí, tal vez debería haber hecho mis deberes, pero en lugar de eso salí de casa a escondidas. No es que yo fuera una entusiasta de las salidas, pero esa noche me apetecía hacerlo y sabía que varias personas de mi clase habían quedado para ir de fiesta.

Salí de casa sin hacer ningún ruido después de coger solo mis llaves. Sabía que mis padres no me dejarían salir a esas horas de la noche un viernes.

Todavía no era ni medianoche, pero las calles estaban vacías y el lugar donde habíamos quedado estaba a veinte minutos andando. Hacía frío, pero me reconfortaba saber que probablemente sería la única que iría bien abrigada esa noche, no tenía un conjunto que lucir y estropear con mi chaqueta.

Mientras cruzaba la primera calle, no era capaz de imaginar que encontraría justo lo que mi subconsciente estaba deseando: una excusa para no volver a casa.

Siempre había sido partidaria de que me asesinen o me atropellen antes que suicidarme, así yo no parecería la culpable de mi muerte. Así que, cuando empecé a caminar por esa calle, en la cual no circulaba ningún coche y no parecía haber ni una sola persona, me alegré al pensar que había vuelto a olvidar mi bolso en casa, porque tenía esa tonta y bien aprendida manía de intentar defenderme de cualquier ataque.

Como aquel.

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(Esta es la fecha original en la que publico este capítulo)

30/09/18

Secuestrada (Indefensión Aprendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora