47-Hogar dulce hogar

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Al cerrar la puerta detrás de mi, tropecé con una caja enorme, viéndome desorientada y obligada a encender la luz del pasillo para situarme.

Había cajas de cartón amontonadas a lo largo del pasillo, precintadas y con letreros que indicaban su contenido. Fui hasta la sala de estar, la puerta más cercana e irrumpí de golpe, ya sin miedo de que pudiese encontrarme a alguien.
Para mi sorpresa, algunos de los muebles ya no estaban, las estanterías se encontraban vacías y había más cajas a medio llenar.

Se estaban preparando para una mudanza.

Repetí la operación de abrir puertas y encender luces unas cuántas veces más para confirmas la situación. En el cuarto de mis padres ya sólo quedaba lo esencial. En el de mi hermano todavía se veía movimiento, más del que había cuando yo me fui, ya que él no estaba en casa; su cama estaba deshecha y había también cajas preparadas para llenarlas. Una fina capa de polvo cubría el escritorio.

Intuí lo que había ocurrido al ver que, además de las cosas que habían sido guardadas en cajas, faltaban las maletas. Era festivo, mi padre estaba muerto y yo desaparecida del mapa. Tenía pinta de que mi madre y hermano habían salido de vacaciones... tal vez a ver a algún familiar que yo no conocía, al extranjero. O a cualquier otra cosa...

Me tranquilizó saber que no había nadie en casa pero... no entendía porqué era necesaria la mudanza.

Bueno, no lo entendí hasta que fui a la cocina y vi en la mesita papeles amontonados y bastante desordenados.
No me detuve a leerlos todos exhaustivamente, pero empezaba a comprender.

La hipoteca, las facturas, los seguros... todo eso lo pagaba mi padre, con un dinero que desconozco de dónde salía si le sobraba para permitirse, comprar chicas para su divertimento.

Pero ahora él estaba muerto y mi madre, que no había trabajado en su vida, tenía que enfrentarse a todo eso sola. ¿Y mi hermano? ¿podría continuar con sus estudios o sería un capricho para el que ya no disponían de fondos?

No sabía dónde iban a mudarse o qué sería de ellos dos, pero no tenía muchas esperanzas teniendo en cuenta que el único ingreso del que podría disponer mi madre sería la pensión de viudedad. Además de los ahorros (si es que los había, teniendo en cuenta a qué se dedicaba mi queridísimo padre en su tiempo libre). El seguro no podría cobrarlo hasta dentro de unos meses, si es que las circunstancias lo permitían, ya que él había muerto fuera de servicio y de forma sospechosa.

No iban a tenerlo fácil... y todo era por mi culpa, porque permití que me secuestrasen y terminé descubriendo ese terrible secreto. Pero... ¿y si ellos lo hubiesen sabido? ¿no hubiesen preferido apañarselas solos sin un cabeza de familia, a seguir conviviendo con semejante ser?

Pero no lo sabían... todavía lloraban su muerte y encendían velas junto a una fotografía suya y una mía.

Me detuve a pensar seriamente si no debía quedarme con mi familia, lo que quedaba de ella al menos. Así podría explicarles lo que había pasado... qué clase de persona era él en realidad.
Salí de la cocina ofuscada con esos pensamientos y me tumbé en el sofá de la sala de estar.

Todo lo que pensaba era contradictorio. Ellos no se merecían cargar también con esa culpa, de que una persona a la que amaban tanto fuese tan mezquina. Saberlo no haría más que empeorar las cosas. Ya se había hecho justicia asesinandolo. Ya no podía continuar haciendo lo que hacía y mintiendo...
Yo misma sentía un gran nudo en la garganta cuando pensaba en todo eso. No quería que nadie más tuviera que sentirse así...

Pero no podía quedarme allí sin contarlo la verdad, viviendo siempre con una mentira. ¿Hasta que punto sería capaz de mentir? ¿Y si un día sonámbula, el remordimiento ganaba contra mi fuerza de voluntad y lo contaba todo? No dejar que ocurriera...

Secuestrada (Indefensión Aprendida)Where stories live. Discover now