33-El juego del pirómano

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Lo único que separaba los asientos delanteros de la parte de atrás era una especie de rejilla. Así que no podía acercarme a ellos de ninguna forma. Además a penas entraba luz de vez en cuando desde el parabrisas, cuando había alguna calle iluminada con farolas. Pero la mayor parte del viaje fue por la autopista, sólo veía haces de luz fugaces provenientes de los datos de otros coches.

Ángel seguía a mi lado, aunque prácticamente no podía verle, busqué su mano en la oscuridad, como una forma se asegurarme de que no desaparecería. Y más que nada, quería saber que seguía vivo, sintiéndo su pulso, más lento de ll habitual. Pero estable.

El vigilante, aquel que estaba en la parte de atrás con nosotros, no me quitaba el ojo de encima, pero no decía gran cosa. Me puso una tela alrededor de la boca atada por detrás de la cabeza, aunque tampoco traté de decir nada en ningún momento.

No es como si no pudiese quitárme la mordaza, aunque no era necesario, pero si me movía lo más mínimamente, el vigilante apretaba su mano alrededor de la pistola que llevaba en el cinturón. Y las veces que intenté girarme y asomarme para ver hacia la carretera, me amenazó con palabras muy poco amables.

Al menos el tipo parecía serio, aunque el silencio era abrumador. Prácticamente lo eché de menos cuando cambiaron el turno.

Desconozco cuanto tiempo pasó, pero hicieron una parada en una gasolinera para repostar. Salieron enseguida y no escuché su conversación, pero notaba el olor a carburante... y había mucha más luz que en la carretera.

Mil ideas pasaron por mi cabeza. Quitarme la mordaza y gritar, tratar de salir, buscar ayuda... pero ninguna era compatible con la idea de salvar a Ángel también.

Él seguía inconsciente y por mucho que alguien nos ayudase, aunque pudiese llegar a la Policía... ¿cómo explicaríamos lo que ocurrió?

No. Tenía que encontrar otra forma. Y de momendo el único plan viable era esperar a ver a dónde nos llevaban.
Entonces las puertas de conductor y copiloto se abrieron de nuevo y los mismos de antes subieron. Sokar tenía un vaso en la mano, podía sentir el olor a café que desprendia. Escuché que suspiraba recistándose en su asiento.

-Necesito vacaciones -soltó como si nada.

El conductor asintió en un murmullo casi inaudible mientras se ponía el cinturón y arrancaba.

Antes de ponerse en marcha, subió el tercero, el vigilante. Aunque no llegué a idenficar bien sus rasgos faciales, pude ver que tenía un pelo lacio y largo y que era mucho menos corpulento que el anterior. Entró de forma brusca en la parte de atrás y cuando el vehículo arrancó, encendió una linterna.
La luz dio directo en mis ojos y me cegué durante un par de segundos. Tuve que apartar la vista antes de adaptarme a ese cambio. A él pareció hacerle gracia.

-Ya no eres tan valiente eh...

Reconocí su voz, aunque no es porque llegase a hablar mucho antes, pero gritó cuando le pegué en la garganta. Al verle la cara, expresión anenazadora y sonrisa de suficiencia, n o parecía el tipo de persona que gritaria por sólo un golpe, no como lo hizo al menos. Pero ese era un punto muy débil que la gente solía ignorar al defenderse. Yo también habría gritado en su lugar. Aunque no tuve mucho tiempo de pararme a analizar a toda la pandilla, el parecía el más joven de todos. No mucho más mayor que yo, pero al parecer sí más demente.

-Apaga esa maldita linterna -se quejó el conductor-. Me quitas visibilidad.

Me alivié uando lo hizo, pero sólo me duró unos segundos.

-Está bien... tengo algo mejor preparado -dijo sin molestarse.

Sacó un mechero de su bolsillo y dejó que la llama iluminase tenuemente el lugar de una forma siniestra.

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