Capítulo 1

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   Un hombre alto, de hombros recios, entró por la puerta giratoria y se dirigió hacia los ascensores. Tras pulsar el botón, contempló el vestíbulo. Era igual a todos los vestíbulo de los hoteles de primera categoría. Poseía un llamativo y confortable mobiliario, grandes ventanales, cuadros al óleo y pesadas urnas de arena, a la entrada, para echar las colillas. No obstante, tenía una pequeña nota de mala fama. Tal vez tenía algo que ver con ello su clientela. La concurrencia estaba compuesta por hombres de evidente corte político y mujeres tirando a guapas; gente de la que se suele encontrar detrás de las mesas de los ayuntamientos. Y de hecho era así.

   Sin embargo, el hombre que esperaba el ascensor apenas se daba cuenta; pues, al formar parte de ello, era incapaz de verlo. Media casi un metro ochenta de estatura, y su porte daba a entender que, en algún momento de su vida, había sido un atleta profesional. Aunque no se alejaba de los treinta, tenía una cara juvenil. Pero eso no impedía que tuviese un magnífico porte masculino. Tenía el cabello rubio cenizo, ojos escarlatas y su piel mostraba el bronceado de muchas temporadas. Subió hasta el séptimo piso, salió del ascensor y echó a andar por el pasillo. Se detuvo delante de una puerta sin número y pulso el timbre. Le abrieron la puerta y entró.

   La habitación era espaciosa, con el mobiliario usual de un hotel, y había en ella un piano de cola. Al pasar ante él acarició el teclado. Se dirigió a un despacho que había junto a la estancia. Detrás de un escritorio estaba sentado Kai Chisaki, propietario del hotel. Era un hombre de unos treinta y cinco, alto y delgado. Aunque era un día cálido, él vestía un elegante traje de firma y zapatos fabricados a su medida. Sobre el timbre había una estrella de seis puntas y en el marco de la puerta aparecía otro emblema judío. Pero no eran otra cosa que puros caprichos. Carecía de contactos hebreos, y no había duda que su relación con la yakuza le impulsó a bautizar el hotel con el nombre de "Bõsõzoku".

   Estaba haciendo solitarios, y ni siquiera levantó la cabeza cuando el hombre entró y tomó asiento. No se dignó a alzar la vista hasta transcurrido un buen rato, cuando apareció un botones, dejó un paquete sobre el escritorio y se marchó. No tardaría mucho, sin embargo, en dejar los naipes y dedicar su atención al paquete. Era un álbum de discos. Lo puso sobre un fonógrafo que había detrás de él, junto a la pared, y apretó un botón. Volvió a sentarse en su escritorio, encendió un cigarrillo. Los discos eran de la ópera Il Trovatore. Cuando el tenor canto unas notas agudas, lo escuchó dos veces; pero cuando el segundo tenor empezó a ofrecer un recitado lento, se aburrió y desconectó el aparato.

   Por fin saludó a su visitante, que estaba sentado frente a él y que, era obvio, no se sentía fascinado por la música. Con voz tosca y elevada, dijo:

   - ¿Qué hay, Kat?

   - Hola, Kai.

   - ¿Cómo te tratan? ¿Te han reclutado ya?

   - No, todavía conservo mi hernia del fútbol.

   - ¿Qué harás está noche?

   - Me parece que olvidas que es mi día libre.

   - No he dicho que no lo sea. Te he preguntado qué vas a hacer.

   - Nada, que yo sepa ahora ¿Por qué?

   - Un pequeño trabajo.

   - ¿Qué clase de trabajo?

   - No te lo tomes así, Kat. Ya sabes que jo te llamaría para ningún asunto feo. No es nada que pueda preocuparte. Se trata de un mitin político.

   - ¿Y cuál es mi misión?

   - Echar un vistazo.

   - Sigo sin entender.

Blood RedTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon