Prólogo.

12.2K 581 77
                                    

Ryan

Nunca fui una persona de hábitos sanos. Noah solía decir que era un autodestructivo conformista, y solo ahora comenzaba a creerle.

La mecedora de mamá jamás se vio tan deprimente, quería arrojarla en la chimenea para no volver a verla cada vez que cruzara la sala, pero no podía hacerlo, porque era un maldito masoquista que necesitaba verla cada día, que necesitaba sentir el dolor y la culpa machacando dentro, ahuecando, rompiendo.

La botella en mi mano se deslizó y se hizo trizas contra en suelo de madera.

Mamá se habría reído, pensé. Me habría dicho que me alejara del vidrio antes de enterrarme alguno y lo habría recogido sin dejar un solo rastro.

Pero mamá ya no estaba para recoger los pedazos. Su corazón-que yo solía pensar que era de oro-resultó no ser tan fuerte, y a pesar de su juventud, vigor y alegría, terminó deteniéndose... Por mi.

-¡Ryan por el amor de Dios!-los pasos pesados de Noah llegaron a la sala, junto a mi.

-¿De quién?-me burlé. El alcohol corriendo caliente por mi sistema. Voltee con pereza mi cabeza hacia él, últimamente pesaba tanto que quería arrancármela.

-¿No ves el desastre que has hecho?-gritó-No puedo seguir así, ¡Son casi las cinco de la mañana! ¿Crees que merezco esto?-se amarró su costosa bata de seda con el gesto retorcido de una manera aterradora.

-No te estoy haciendo nada a ti-fruncí el ceño. ¿Todo siempre se trataba de él?

-¿Crees que me voy a dejar manejar por ti?

-¿De qué mierda hablas, hombre?-traté de retroceder, pero mis pies dormidos se enredaron y me hicieron caer de culo al suelo. Mis palmas abiertas aterrizaron sobre los cristales, pero no sentí gran cosa y le agradecí eso a mi nivel de intoxicación.

-Eres un desastre-se sostuvo el puente de la nariz y su habitual mirada de decepción me recorrió-No puedo seguir atado a... esto-me señaló con un ademán que casi rozaba el asco.

Una risa seca y sarcástica me atravesó la adolorida garganta.

-¿Me vas a echar a la calle?

Se acercó más, cuidadoso de no pisar ningún vidrio. Me miró desde arriba, siempre altivo y prepotente.

-Necesito que te vayas por un tiempo, necesito paz-Su tono era decidido-Ya solucionaré a dónde enviarte.

VIVIENDO CON EL ENEMIGO (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora