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Advertencias:
Lenguaje maduro, violencia, abuso y demás temas duros de tratar. No intento sensualizar nada, solo mostrar la crudeza de la realidad. Mi intención es escribir una denuncia social y de paso el protagonista tiene diesiseis-diesisiete. Les dejo un enlace externo para que la lean completa. Voy a editar algunas partes para no tener problemas.

https://wordpress.com/post/cachorrosyamos.wordpress.com


Por favor, sus comentarios me ayudan a mejorar, no se olviden de dejarlos.

Iba a morir, era cuestión de tiempo.

Acurrucado sobre el suelo, Noel miraba por la baranda la ciudad distante. Las luces de los autos, los escasos peatones, el ruido de las calles, todo iba a quedar atrás. Devan se iba a deshacer de él tan pronto le dejara de ser útil.

De todos modos, nunca había pensado vivir tanto.

Nunca iba a olvidar la vez en que Müller llevó a una de sus chicas, una que intentó escapar. La llevaba sujeta del pelo y ella lloraba mucho, peleando por liberarse. Devan le gritó que se callara y la golpeó con un martillo en la cabeza. Ella no se movió más.

Jade se acurrucó en un rincón a su lado, aterrado por la escena. Quizá lo que más asustó a los cachorros fue el rostro de la mujer cuando tocó el suelo. Tenía los ojos abiertos y mucha sangre resbalando sobre su rostro. Müller estalló en carcajadas y Devan limpió el martillo con un trapo.

Devan le ordenó traer una frazada del cuarto y Noel tuvo que obedecer a prisa. Era la primera vez que veía de cerca cómo se deshacían de las putas. Entre los dos adultos, envolvieron a la chica en el trozo de tela y se la llevaron hacia el cuarto, al final del pasillo.

«Si te entras ahí ya no sales», le susurró Jade al oído una vez, cuando los malos sueños no le daban tregua. No llevaba la cuenta de cuántas otras putas corrieron la misma suerte, porque con el tiempo dejó de contarlas. Pero Noel recordaba sus rostros, los veía a veces en medio de sus propias pesadillas. Siempre había pensado que correría el mismo destino que todas esas caras sin nombre. Pero, al parecer, no moriría de un golpe en la cabeza. Lo haría de frío.

Por lo menos Pat estaba a salvo y, con un poco de suerte, saldría adelante. No lo iba a poder ver con sus propios ojos, pero esperaba que así fuera. Que tuviera una vida lejos de la calle, la que él no conocería nunca.

Cuando conoció a Pat, una noche en que el cliente de turno no quiso pagar un cuarto y lo arrimó contra la pared de un callejón, jamás imaginó que se harían tan cercanos. Una vez acabada la faena, el cliente le tiró unos cuantos billetes y se alejó subiéndose los pantalones. Noel se agachó para recoger el dinero y alcanzó a ver un par de pies escondidos tras un contenedor de basura. Alguien lo había estado espiando todo ese tiempo.

Al pedirle que saliera de su escondite, Pat lo hizo. Receloso al principio, pero desafiante un segundo después. Apenas vio al pequeño rubio, supo que la estaba pasando peor que él. Estaba muy sucio y tenía una lata que había obtenido del basurero. La había estado lamiendo, porque se había cortado la boca con el metal filoso. No lo pensó dos veces, le tendió uno de los billetes que había recibido de paga. Pat no lo recibió, se lo quedó mirando pasmado. Dejó caer la lata al suelo y lo abrazó con todas sus fuerzas.

—Te estuve buscando —susurró sobre su pecho—. Yo sabía que te iba a encontrar, hermano mayor.

Nunca nadie lo había abrazado de ese modo y se sintió tan bien que tuvo deseos de más. Desde ese momento, supo que tenía que proteger a Pat, de preservarlo de la vida que él llevaba.

Habría querido despedirse del rubio, aunque se enojara y gritara. Era mejor que nunca lo supiera. Su cuerpo iba a desaparecer y jamás nadie se iba a preguntar qué había pasado con él. Una puta de la calle más, un chico de la calle menos; a nadie le importaba. Pero a Noel le quedaba la satisfacción de que había logrado mantener a Pat a salvo mientras pudo.

Cachorros y AmosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant