XLVI. Mis explosiones, causantes de terceras guerras mundiales.

Start from the beginning
                                    

—Sí, que lo siento —comienzo—. Samuel no te llamó por iniciativa propia, fui yo quien le pidió que lo hiciera. En realidad, todo eso que te dijo de que te echaba de menos, fue idea mía.

—¿Por qué hiciste eso? —inquiere mi tía. La miro a los ojos y por un momento me nace una duda: ¿será que no me cree?

—Eso da igual, no nos aporta nada saberlo —interviene mamá, que deja al descubierto la exasperación que siente en su tono de voz—. Te dije que no volverás a ver a Samuel, así que ya puedes irte. Además, queremos tener una charla con Oliver ahora mismo. 

—¿Sobre qué?

—Sobre sus estudios. Nada que te incumba, Erika, así que vete.

Frieda Müller, mujer de metro setenta y cinco y porte regio, impondría respeto y miedo a cualquier persona que escuchase esa orden formulada con una voz tan dura, acompañada del gesto firme de su mano alzada señalando la puerta principal. El problema es que su hermana jamás se ha visto amedrentada por su figura, por el mero hecho de que llevan toda una vida conociéndose. Saber las debilidades de uno resta el miedo del otro.

—No, me quedo. Me da curiosidad saber por qué mi sobrino ha hecho eso. ¿Y si no nos sentamos en familia y escuchamos sus motivos? —Mi madre abre la boca dispuesta a quejarse, cuando ella niega con la cabeza y le dedica una sonrisa burlona—. No te esfuerces porque no me vas a convencer de que me vaya, Frieda.

Observo a mi tía con un gesto de asombro que no pasa desapercibido para nadie. ¿Con qué intención está haciendo esto? ¿Por qué quiere exhibir mis motivaciones a pesar de que sospecha que no son buenas? 

Nos dirigimos a la sala y nos sentamos en la mesa en compañía de mis hermanos, que se han unido a nosotros sin mucha seguridad. Erika saluda a Samuel guiñándole un ojo, pero este no le responde. Ni siquiera cambia su gesto taciturno. Mamá se acerca a él detallo todas las actitudes cariñosas que le dedica, unas actitudes nacidas de dos complejos sentimientos: las ansias de proteger a su hijo y la imperiosa necesidad de restregarle a Erika una felicidad en cierta parte fingida. Le pregunta acerca de su día y sobre los cursos de los que se informó ayer, solo para que todos lo escuchen. Él da respuestas escuetas y asiente con la cabeza sin saber muy bien qué hacer. Es ahí cuando me percato de lo mucho que se parece a mí, y un pensamiento surca mi mente: ¿así de sumiso seré yo si me dejo moldear en base a los deseos de mis padres? ¿Es él una visión de mi futuro? Busco no darle vueltas al tema y cuando reina el silencio en la sala, poso los ojos en la entrada, mientras todos me miran a mí. No pienso hablar, no pienso explicar nada. De hecho, podían dejarme en paz e irse todos a la mierda. Me parece una gran idea.

—¿No nos vas a contar por qué le dijiste a tu hermano que me llamase? —comienza Erika, y mi desgana provoca que tarde en contestar.

—Por nada.

—No sé para qué quieres escuchar una respuesta más que evidente —interrumpe mi madre—, buscaba crear un problema y lo ha logrado porque tú insistes en este tema, simple.

—No creo que Oliver sea tan retorcido.

—¿Ah, no? Porque con este tipo de conductas no hace más que demostrarlo.

—Piensa el ladrón que todos son de su condición.

Una respuesta rápida y corta, pero que enlaza demasiado bien todos los sutiles y no tan sutiles insultos que se han dejado caer a lo largo de esta recién iniciada conversación, así como todos los que carga el ambiente, producto de conversaciones y vivencias pasadas. Ni que decir tiene que a mi madre no le ha hecho ninguna gracia.

—Erika, no te pases —interviene mi padre—. No se te han abierto las puertas de esta casa para que te dediques a insultar a los demás.

—No sé por qué defiendes tanto a tu esposa y no defiendes a tu propio hijo, Dieter.

Rompiendo mi monotonía.Where stories live. Discover now