Extra II.

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Rainer

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Rainer. Diecisiete años.

Domingo. Harto de dar vueltas en la cama, compruebo la hora en el despertador que está en la mesilla y resoplo: son las ocho de la mañana y no he logrado conciliar el sueño en toda la noche. Hoy, a las cuatro de la tarde, tengo mi primera cita con Samuel desde que somos novios pero estoy muy nervioso, no sé por qué.

—Megalodón, ¡ven aquí! Quiero comentarte una cosa —le pido a mi gata, que está durmiendo debajo de mi escritorio. Ella reacciona a mi voz ronroneando. Después, salta sobre mi cama, se sube a mi pecho y bosteza mostrándome sus enormes colmillos—. Hoy tengo una cita con Samuel, así que no estaré en casa.

La gata, tras escuchar ese nombre, eriza la espalda y bufa. La miro entrecerrando los ojos y ella empieza a gruñir.

—Eres una celosa, como no mejores tu actitud te sustituiré por tu versión mejorada: Gigalodón.

La gata tuerce la cabeza, adoptando una actitud altiva, regresa al suelo y empieza a arañar la puerta de mi cuarto, la cual está cerrada. Me desperezo y bostezo; creo que es hora de levantarse.

Dejo salir a Megalodón y me fijo en que el cuarto de mi padre está vacío y su puerta abierta. Además, no parece que haya nadie en casa. Qué extraño, ¿habrá madrugado? Pero si hoy no le toca trabajar, ¿dónde se habrá metido?

—¿Papá? —le llamo, pero mi voz se pierde en el silencio. Seguro que ni siquiera regresó a casa ayer por la noche.

Poso la mirada en el suelo y me froto la frente. Bueno, está bien.

Me dirijo a la cocina para prepararnos el desayuno a mi gata y a mí. Lo hago en silencio. Al abrir la nevera me percato de que no hay botellas de agua, ni huevos, ni carne, ni pescado. Nada. Solo las latas de cerveza de mi padre. Debería hacer la compra o no podré comer nada en el almuerzo.

Me siento en la mesa que preside la estancia, prendo la televisión para ver los informativos y me como unas tostadas. El reloj marca las nueve. Me meto en la ducha y permanezco un buen rato debajo del chorro de agua con los ojos cerrados. Al terminar, regreso a mi habitación para ponerme un pantalón de chándal, una camiseta y unas deportivas. Después, recorro los diez minutos que separan mi casa del supermercado. Llevo el pelo mojado, pero me da igual. Al rato salgo del súper con más compra de la necesaria; a mi padre le gustan las hamburguesas, así que he pillado varias.

Llego a casa a las once y pienso en el hecho de que he pasado todo este tiempo en silencio. Cojo el cuadernillo de Inglés, me siento en el sofá que está en la sala y termino varios ejercicios que debo entregar mañana. Luego, me tumbo y estudio un rato mientras Megalodón duerme sobre mi regazo hasta que, de manera inevitable, yo también me quedo dormido.

El sonido del teléfono me despierta. Abro los ojos de golpe y tanteo mi pantalón para buscarlo. Cuando lo encuentro, descuelgo sin ni siquiera comprobar quién me llama.

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora