XXVIII. Mis lanzamientos de xilófono, nuevo deporte olímpico.

27.9K 3K 3.6K
                                    

Es viernes y llueve

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Es viernes y llueve. Odio el mal tiempo, es deprimente. La profesora de biología ha faltado a última hora, así que mis compañeros y yo disfrutamos de un rato de descanso antes de irnos al fin a nuestras respectivas casas. Bueno, yo no disfruto de esa hora como tal, porque le he pedido a la psicóloga que me atienda. No me apetece pasar tiempo con el resto de alumnos, de hecho, en toda la semana no le he dirigido la palabra a casi nadie.

Le llamaban el borde.

Literalmente. 

Debo decir que me resulta curioso como, cuando una persona se siente mal, la gente va dejándola poco a poco de lado. Empecé el lunes aguantando el constante acoso de Klaus, Adam y Dustin, que intentaban averiguar el motivo de mi bajo estado de ánimo; sin embargo, terminé el viernes recibiendo un escueto saludo por parte del primero y de nadie más. A ver, no les echo en cara que me ignoren, uno no puede ser un antipático con la gente y esperar que esa misma gente lo reciba siempre con una sonrisa. Es obvio que en torno a una actitud positiva girarán más actitudes positivas y en torno a una negativa girarán actitudes negativas. Como decía cierto actor con bigotillo de cuyo nombre no quiero acordarme: ríe y el mundo reirá contigo; llora y el mundo, dándote la espalda, te dejará llorar.

Qué poético, por favor, voy a lanzarte un Nobel.

Gracias.

En toda la cara. 

Llego al despacho de Gestalt y entro sin llamar a la puerta. Tomo asiento sin dirigirle la palabra; ni siquiera la miro. Observo mis manos, que se encuentran posadas sobre mis rodillas. Mi mochila descansa apoyada en la pata de la silla y se desliza poco a poco hasta colocarse de forma horizontal en el suelo. Podría decirse que estoy molesto, ¿con ella? Sí, con ella, con todos. Llevo así desde el sábado. He adoptado una actitud de lo más reprochable, lo sé. Pero necesito odiar al mundo por lo menos durante un rato, hasta que mis sentimientos se vayan relajando poco a poco y todo regrese a su cauce normal. 

—Hola, Samuel. Hoy te noto enérgico, eh —me dice ella, remarcando de forma suave mi mala actitud. Oh, por favor, por momentos parece que estoy disfrutando de comportarme así—. ¿Qué tal te ha ido desde la última vez que hablamos? Pensé que hoy tampoco vendrías, pero como no me dejaste ningún aviso...

—Pues no muy bien. El fin de semana fue una mierda, la verdad —le confieso con un tono bastante molesto, captando su atención. 

Gestalt parece interesada en lo que me ha sucedido, porque agarra su libreta y su característico bolígrafo Bic dorado, sustituyendo la cara de aburrimiento propia de un día de viernes por la que pondría Klaus si estuviese en frente de una fila de codos y zumos de naranja. 

—Cuéntame lo que te ha pasado.   

Su tono calmado es demasiado diferente al mío. Nada, no se altera ni un ápice por mi provocación. ¿Por qué no lo hace? Si yo mismo estoy buscando eso, que lo haga, que se altere, que responda a mi enfado porque una parte muy pequeña de él es culpa suya. O, al menos, yo busco que así lo sea. 

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora