Capítulo I

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Serendipia, el término adecuado para el popular dicho 'Vine buscando cobre y encontré oro'. La forma en la que llamamos al accidental e inesperado suceso en el que descubrimos algo que no estábamos buscando en una primera instancia.

Una helada ventisca hizo presencia conforme el cielo se oscurecía, meciendo las copas de los grandes árboles afuera del Teatro Helena. Lo que había comenzado como un día soleado y cálido ya no era más que un recuerdo que la ciudad extrañaba. El otoño estaba terminando y se podía observar en los tonos amarillos y marrones de las pocas hojas que quedaban en aquellos imponentes árboles, que durante el verano embellecían los alrededores del antiguo edificio. Una ráfaga de aire frío sopló una vez más palideciendo mis dedos de las manos, enrojeciendo la punta de mi nariz y haciendo que la sangre abandonase los músculos de mis labios. No quedaba más que esperar a que alguno de los guardias de el edificio se percatara de mi presencia para permitirme ingresar, o que el director de la obra llegase con las llaves del teatro para abrir la puerta.

De pronto, me percaté de que en verdad la ciudad se volvía más oscura, sobre todo por el cambio de horario de invierno, definitivamente no era lugar para que una joven estuviera sola y vulnerable, menos en una ciudad con la fama de ser tan peligrosa. Miré el reloj y me di cuenta de que ya era tarde para el horario pactado, faltaba menos de una semana para presentar la obra y parecía increíble la irresponsabilidad de los actores y sobre todo, del director. Me habían citado a las cuatro con treinta durante el último ensayo, ya pasaban de las cinco y todo pintaba a que nadie más iba a aparecer.

«47 minutos»

Sabía que no era la primera vez que algo así sucedía, que por más que se hablase sobre el asunto de la puntualidad no parecía que alguien del equipo fuese a mostrar algo de disciplina. Seguía este proyecto casi desde que había comenzado y había visto a los involucrados pasar por esta situación. Me habían enviado por parte del trabajo para cubrir el evento, y en casi todas las ocasiones fracasaba tratando de escribir una nota decente.

Tomé mi mochila que se encontraba en el suelo frente a mis pies y decidí caminar hasta una de las paradas de autobús que se encontraba en las afueras del teatro, miré hacia los lados para ver si divisaba algún camión que me llevara a mi casa.

—Irina, ¿a dónde vas? —dijo una voz familiar a mis espaldas.

No quería voltear, no quería tener que ver ese rostro sonriente, que después de todo no merecía más que ser ignorado.

—¿Por qué te vas tan temprano? —Con una voz que no era más que un patético intento por aparentar un mínimo de gracia.

—¿Temprano? —dije con descontento, mientras arqueaba una de mis cejas.

—Claro, apenas vamos a comenzar, —Diego se giró y me dio la espalda mientras éste se encaminaba hacia la entrada del teatro—. Voy a decirle a alguno de los guardias que nos abra las puertas.

Giré la vista hacia mi muñeca.

«59 minutos tarde»

Inevitablemente lo empecé a seguir a paso flojo, intentando formular en mi mente la forma más digna de decir que no me iba a quedar, que ya era tarde. Decirle que me parecía una total falta de respeto que el propio director de la obra jugase con el tiempo de las demás personas, sobre todo con alguien de la prensa, sin mencionar que ya sólo faltaban 5 días para presentarse ante el público con lo que se suponía que era un producto terminado.

Sorprendentemente, cuando antes no había ningún alma que me auxiliara mientras el viento me llevaba junto con mi dignidad, uno de los guardias se mostró justo en la entrada. Al notar la presencia de ambos, el hombre de avanzada edad procedió a insertar la llave en la cerradura para dejarnos resguardar del mal clima dentro del edificio.

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