Capítulo XI

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La luz, que alguien apague la luz. Me duelen los ojos, ¿por qué prendieron la luz si estoy dormida? Que alguien le diga a mi madre que apague la luz, que aún no es hora de ir a la escuela, si llego muy temprano el señor me va a sacar los ojos.

Es culpa del gato negro, todo es culpa del gato negro. No debí de haberlo escuchado, no debí de haberlo seguido. El paraguas...

Esa mañana desperté con un insoportable dolor de cabeza, sentía los ojos arder. La luz de día se filtraba por el ventanal y sólo hacía que cualquier dolencia se multiplicara. Estaba confundida, tenía esa sensación de no saber ni dónde estaba. Quería abrir los ojos, pero era como si mis párpados no me obedecieran.

Me cubrí por completo con una de las cobijas, y en la oscuridad pude descansar la vista. Empecé a retirar de a poco la cobija, dejando pasar la luz con cuidado. Sentía cada uno de mis latidos empujar la sangre a través de mi cabeza como si fuesen martillazos a mi cerebro.

Levante mis manos para poder apreciarlas en contra luz, estaban temblorosas y parecía que llevaba puesto uno de mis pijamas. Con dificultad me incorporé sobre la cama y retiré por completo el cobertor. ¿Qué había sucedido anoche?

Volví a sentir un punzante dolor en mi cabeza, probablemente por haber cambiado repentinamente de postura. Entonces comencé a sentir acidez en la garganta y tuve que correr rápidamente al baño. Estuve constantemente experimentando esa sensación de querer vomitar, pero nada salía. ¿Qué iba a salir si ni siquiera había cenado algo?, o al menos no recordaba haberlo hecho.

Entonces la sensación se fue, y así como pude, con las piernas temblorosas y débiles me incorporé, para recargarme sobre el lavabo. Al mirarme en el espejo me sorprendí con lo pálida de mi piel, que resaltaba lo rojo de mis párpados. Me veía mal, parecía que mi temor de la noche anterior se había cumplido, había enfermado. ¿La noche anterior?

Los recuerdos eran borrosos, no estaba segura de nada. Traté de hacer un recorrido mental de lo que había ocurrido el día anterior. Pensé en que fui a Informa, Rita me había llamado la atención por culpa de Erika, que regresé del trabajo y a partir de ahí más nada.

Después de toda la confusión decidí tomar una ducha caliente, que de alguna manera ayudó a que mi cuerpo dejara de sentir escalofríos, pero mis manos seguían titiritando y el dolor de cabeza persistía. Si esto era una gripe, era una que jamás había experimentado.

Me tomé la temperatura y no parecía haber nada fuera de lo normal. El baño había ayudado a mi aspecto, pero mis párpados seguían rosados, como cuando uno llora por toda la noche o bebe de más.

«13:01»

Entonces se escuchó a alguien tocar el timbre de la puerta. Salí de mi habitación aún con la bata de baño y miré por el agujero visor de la puerta. Era Zac.

«¿Por qué siempre aparece sin avisar?»

—¡Un momento! —grité.

Corrí a mi habitación y me vestí con lo primero que encontré. Comencé a abultar debajo de la cama todo el desorden que había. Entonces, mientras estaba de rodillas en el suelo junto a la cama, volví a sentir ese punzante dolor en mi cabeza, que ahora había sido tan agresivo que hizo que me llevara una de mis manos a la frente. La aflicción no se parecía al de algún golpe, el dolor venía de adentro, sentía como si algo fuese a explotar. Por unos instantes me dio la impresión de que hasta llegué a ver borroso, pero apenas la sensación se pasó, me incorporé y regresé hacia la puerta a paso torpe para abrirla.

—¿Mi pequeño pony? —preguntó Zac apenas abrí la puerta.

Miré hacia abajo, intentando entender a qué se refería, y vi mi playera...

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