―No es lo que imaginas. ―Se apresuró a decir en cuanto mi expresión mutó de una serena a una horrorizada―. El tipo fue el que cayó de lleno sobre el cristal del mostrador y el que se llevó todos los golpes, a eso me refería. Algunos trozos de vidrio me alcanzaron cuando estallaron los cristales, sí, pero eso sólo se vuelve un daño menor si se tiene en cuenta la recompensa.

―¿Recompensa? ―repetí, como si hubiera oído algo inaudito.

Bueno, la verdad es que sí me parecía inaudito que él le viera el lado positivo a hacerle frente a un delincuente.

―La policía se lo llevó luego de que lo inmovilizáramos con una cuerda que el encargado de la tienda proporcionó. También tomaron nuestras declaraciones, con lo cual aseguramos que ese hombre ya no esté en las calles al menos por un tiempo, y si a eso le sumo que impedí que se saliera con la suya y que tú salieras sana y salva de ahí, ¿no te parece suficiente recompensa?

¿Qué acaso él no puede pensar en sí mismo?

―Pero eso no borrará tus heridas ―debatí―. ¿Qué sucede si se te infectan?, ¿eh? Supongo que ya trataste los cortes como debías.

Florecita, no fue para tanto, no te preocupes. Ni siquiera duelen. ―Atrapó mis manos y las resguardó entre las suyas―. Más importante es tu salud. Un desmayo no es para tomárselo a la ligera y esta ya es la segunda vez que sucede, y en poco tiempo. Deberías seguir reposando.

En aquellos bellos ojos vivaces que él posee no vi más que preocupación, y eso me hizo sentir mal conmigo misma. Ya había visto esa expresión eclipsando su atractivo la última vez que nos vimos y en aquella ocasión también había sido yo la causante.

Parece que lo único que hago es darle problemas.

―El desmayo fue por las emociones del momento. Yo nunca había visto un arma de esa clase en mi vida, y darte cuenta que un tipo entra a una tienda muy dispuesto a hacer uso del arma que cargaba y luego verte a ti sosteniéndola no es algo que cause una impresión muy grata precisamente... ―Sentí cómo mi respiración se tornaba irregular mientras revivía aquel recuerdo―. El miedo pudo más que yo y por eso es que terminé perdiendo la conciencia, eso es todo.

El abatimiento pareció nublar su gesto de un momento a otro, y entonces comprendí que debí haber medido el calibre de mis palabras antes de decirlas.

―Sé que debió asustarte verme actuar así, pero, entiéndeme, al no saber qué hacer reaccioné como lo hice. Sabía que andabas por algún pasillo, y temía que aquel sujeto fuera a hacerte daño si llegaba a percatarse de que él y el cajero no eran los únicos ahí. Por eso aproveché que el tipo me daba la espalda para abalanzarme sobre él, arrebatarle el revólver y reducirlo. Además, ¿crees que podía haberme quedado de brazos cruzados mientras presenciaba cómo ese bastardo lograba su objetivo? ―Su voz había alcanzado unos cuantos tonos más altos, y cuando pareció notarlo, inspiró hondo para, luego, elevar mis manos a la altura de sus labios y besar mis nudillos―. Te aseguro que no tenía la intención de disparar, es decir, cómo podría si ni siquiera sé usar un arma ―finalizó en tono de disculpa.

―Bueno, no me pareció que no fuera así cuando la desbloqueaste ―confesé.

―Eso fue... ―siseó con inseguridad―. Un error. Sólo buscaba intimidarlo.

―Eso no estuvo bien, Theo. Debiste deshacerte de esa cosa apenas se la quitaste ―reproché―. ¿Qué hubiera sucedido si en un movimiento rápido se apoderaba de ella nuevamente? ―cuestioné sintiendo una fuerte opresión en el pecho―. ¡No quiero ni imaginarlo!

Y aunque no quería hacerlo, mi imaginación trabajó por sí sola. Me mostró una escena en la que Theo agonizaba sobre un charco de sangre debido a una grave herida de bala. La sola imagen me provocó ganas de llorar.

El llanto de una Azucena© | Actualizaciones lentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora