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No quiero bajarme de la nube en que me encuentro.

El éxtasis provocado por las corrientes ventosas impactando de lleno contra nuestros cuerpos, la adrenalina generada por la velocidad, el nerviosismo latente generado por su compañía, por estar rodeada de su seguridad y calidez, por su preocupación, todo y nada se ha disuelto.

Ya ha oscurecido y aun sabiendo que el día de mañana tengo que levantarme temprano, no dejo de reproducir intencionalmente los recuerdos frescos y dulces, mi calma en medio de la tormenta, una que él supo apaciguar. Y es que mi desvelo no se debe sólo al hecho de que pasé la tarde con Theo, el desconocido alborota hormonas que insistió en introducirse en mi vida; también se lo debo atribuir a la sensación infantil que me invade. Me siento como una niña pequeña después de gastar todas sus energías en un agradable día de juegos.

¡Dios...! ¿Cuándo fue la última vez que me divertí así?

Mi mente evoca memorias fugaces de tardes de entretención en familia llevadas a cabo hace ya muchos años atrás, las doradas hojas de otoño tiñen mis remembranzas del pasado, un retroceso hacia momentos de mi vida que sólo consistían en despreocupaciones, en risas, en abrazos y en unión, una época provista de ventura que tristemente se vería agrietada después de una inoportuna intromisión mía que daría paso a la chica que se enfrascaría en sus estudios y en la tarea de ser la hija ejemplar. Ya no había parques de entretención, ni libertad en diversión sana, no más salidas a espacios naturales para despejar tensiones, porque de un momento a otro, el sentido del compromiso me dominó y junto con ello, sobrevinieron los intentos de madurez, esos que a veces suprimo porque inconscientemente me encuentro desatando deseos de la infancia.

Pero... gracias a él logré satisfacer un poco de lo que yo misma me había negado.

El agradable silencio nocturno fue perturbado de forma repentina por el sonido de leves pasos cautelosos, unos que se claramente se dirigían directamente a mi habitación y que se detienen del otro lado de la puerta.

Espero algunos segundos a que algo suceda, manteniendo la alerta, y en vista de que transcurría el tiempo sin señales de algún movimiento externo, me decido a ir a investigar, con precaución, por mi cuenta.

Sinceramente preferiría toparme con un fantasma antes que con un ladronzuelo, adelantándome a lo que podría enfrentarme. Cierro mis ojos tratando de deshacerme de malos pensamientos, entonces, me preparo para el encuentro. Menudo susto me ataca al distinguir a una baja silueta de pie justo en las afueras de mi cuarto, me obligué a reprimir un grito al ver un pequeño personaje en la penumbra, poseyente de una felpuda y corta cola; mi sorpresa me arrebató de inmediato el movimiento, sin embargo, a medida que mi visión se acostumbraba a la oscuridad del pasillo, mi desasosiego disminuye de sobremanera puesto que no se trataba de un malandrín ni de un espectro ni de una nueva criatura visitándome, para mi buena fortuna.

El llanto de una Azucena© | Actualizaciones lentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora