16

450 32 6
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


―Hey, As, ¿en qué piensas, eh? ―cuestiona Dylan, insinuante―. ¿Qué fue lo que te dijo Math que te tiene tan distraída?

Pateo sobre la arena sin ganas, justo en la llegada de una suave ola.

¿Que qué fue lo que me dijo?

Bueno, tan solo me reveló que, aquella vez en que nos encontramos por primera vez, el sospechó que trataba con una chica que poca y nada experiencia tenía en el ámbito sexual, cosa que luego del coito comprobó; o más bien, que tiene muy presente que perdí mi virginidad precisamente con él; mientras yo, boba, ingenua, que en algún momento llegué a pensar que, quizá, no había sido tan notoria, o que mi inexperiencia había pasado desapercibida, fui brutalmente golpeada por la verdad.

Suspiro.

Okey, supongo que el nerviosismo, mi torpeza al actuar y una sábana impresa con una clara muestra de una virtud perdida eran cosas difíciles de ocultar, cuestiones que, para mi vergüenza e infortunio, un aparentemente avezado como él no pasó por alto. Pero esa esperanza tonta que conservé y su quiebre inminente es algo que no estoy dispuesta a confesar.

―Te diré si me cuentas dónde estabas... y con quién ―negocié en tono desafiante.

Theo fue en busca de algún baño hace unos minutos, dejándome aquí, el muy despiadado, elucubrando respecto a lo ingenua que puedo llegar a ser y en lo obtusa que me debo haber visto frente al rubio tras, prácticamente dejar en evidencia que me confié pensando que había sido capaz de timar su sagacidad. En su lugar ahora está Dylan, quién apareció de la nada para llenar el vacío que dejó Matheo, al menos en este instante ya tenía otra cosa en qué cavilar.

Lo miro con interés. No sé por qué, puede que sea su rostro concentrado sopesando seriamente sus alternativas o el tiempo que se toma para darme una respuesta, pero algo me dice que Dylan tampoco está dispuesto a declarar más de lo que le apetece, o le conviene, quién sabe.

Él me dedica una maliciosa media sonrisa. ―Con que con esas andamos ―contesta después de un buen rato.

Río ante su evasiva. ―Obviamente, tú sabes, una amistad se trata de dar y recibir, Dylan.

―Pues, lamento informarte que te quedarás con la duda.

―No sabes la pena que me da decirte que tú también.

―¡Chicos! ―chilla Zaray una vez pasa corriendo por nuestro lado en traje de baño, seguida de Raimundo―. ¡¿Qué hacen ahí con caras de pasa?! ―exclama entrando al agua de la mano de su Romeo―. ¡Vengan a darse un chapuzón, que les hace falta!

―Le tienen fobia al agua, amor, no los presiones ―comenta con sorna Rai.

―Ah, ¿sí? ―musitó mi amigo mientras se despojaba de su playera―. ¡Ahora verán quién es el de la fobia, soquetes! ―vocifera, fanfarrón.

El llanto de una Azucena© | Actualizaciones lentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora