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Sí, definitivamente fue un desastre.

Ayer, luego de aquella reveladora conversación que tuve con Theo, este me llevó con él a su casa como se lo había pedido. El transcurso del viaje hacia su hogar fue silencioso. Por mi parte, yo iba mirando por la ventana, abstraída en mis pensamientos, y él, por la suya, manejaba sin emitir palabra, dándome espacio para digerir con calma todo lo que me había develado, supongo. Pero no había sido así desde el principio, y el que la situación se tornara extraña fue enteramente culpa mía. Y es que, una vez que abandonamos la cafetería, noté a Theo más relajado y despreocupado, casi como si se hubiera quitado un peso de encima. Como nunca, no dejaba de preguntarme cosas triviales, y de esforzarse tratando de sostener una charla decente conmigo, sin embargo, mis respuestas lacónicas y mis continuos asentimientos de cabeza hicieron que su ánimo decayera y terminara rindiéndose al poco tiempo. Sé que debí poner más de mi parte, que debí aprovechar de mejor manera todos los momentos que pasé junto a él, pero no pude. Las cosas se sentían diferentes entre nosotros tras su confesión, pero no precisamente en un buen sentido, o tal vez solo se sentía así para mí.

Hasta hace poco solo había podido contemplar el corazón de Theo a la distancia, a través de ventanas polarizadas que él mismo había estado abriendo y cerrando para mí, siempre evitando dejar demasiado al descubierto. Y aunque eso solo hizo que la incertidumbre y la ansiedad se convirtieran en mis mejores amigas, yo no estaba dispuesta a rendirme con él. Si bien sabía que no conocía mucho sobre él, su esencia me había cautivado. Matheo se había transformado en un dulce y adictivo misterio, uno que me juré resolver en el segundo en que me enamoré de él. Es por eso que, en otros tiempos, el que Theo se abriera conmigo lo habría vivido como un triunfo, como haber derribado una pequeña sección del muro que me impide conocer por completo su corazón. Pero no fue del todo así.

El temor me privó de saborear con gusto aquel logro.

Al poco tiempo de llegar a su casa, fingí cansancio. Vi a Theo entusiasmado en la cocina, intentando preparar algo para cenar mientras tarareaba alguna canción que sonaba en una pequeña radio a pilas que había encendido. La ansiedad fue más fuerte que yo. Presumí que el ambiente habría sido igual de incómodo que en el auto si llegábamos a compartir la mesa de nuevo, pues aún no lograba deshacerme de mis atosigantes pensamientos. Todavía en mi cabeza seguían dando vueltas sus palabras, y lo mucho que temía perderlo si le decía que habíamos cometido un terrible descuido. También me inquietaba el hecho de que el tiempo no iba a jugar a mi favor si de todos modos pretendía seguir escondiéndolo, lo que podía empeorar las cosas. ¡Diablos!, si estaba tan distraída que hasta me preguntaba cómo llegaba la señal a esa anticuada radio a este el lugar tan inhóspito en el que estábamos. No quise hacerlo sentir mal diciéndole que no deseaba comer, ni mucho menos que no tenía ánimos para seguir conversando —o que en realidad mi cuerpo estaba presente pero mi mente había hecho un viaje saturno—, así que, para evitarle otro mal momento, comencé a cabecear sentada en uno de sus sillones, con la esperanza de que Theo me dijera que me fuera a descansar. Como era de esperarse, en cuanto me divisó, su sentido de la preocupación se puso en acción. Dejó completamente de lado la idea de tener una cena y me condujo a su habitación para que me recostara. Una vez allí, me entregó una playera suya para que durmiera más cómoda. Me dio privacidad para cambiarme antes de que me metiera a la cama, y luego volvió a entrar solo para asegurarse de que estuviera bien arropada. Me dejó a solas con mis cavilaciones, y eso me tranquilizó por unos instantes. Pensé que tal vez se quedaría despierto atendiendo sus asuntos, o que retomaría sus labores en la cocina, o lo que fuera. Había asumido tontamente que para el momento en que se acostara junto a mí yo ya habría estado profundamente dormida, pero no. Regresó a la habitación tras haber apagado las luces de la sala de estar y ponerse un pijama que lo cubría de los pies a la cabeza, lo que dejó muy claro que, de haber un contacto más íntimo entre nosotros, solo sucedería en nuestros sueños. Entonces, como yo me encontraba de costado, se acurrucó a mis espaldas suavemente y me abrazó por el vientre. Al principio aquel acto me generó ternura, y algo de nerviosismo. Mi temperatura empezó a elevarse con ese simple toque, y unos cuantos escenarios que involucraban deshacernos de nuestra ropa, aunque sabía muy bien que no sucederían, cobraron protagonismo en mi imaginación. Pero todas aquellas agradables situaciones dieron paso a un intolerable pánico en cuanto reparé en la zona de mi cuerpo en la que las manos de Theo inofensivamente reposaban.

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⏰ Última actualización: Dec 21, 2021 ⏰

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El llanto de una Azucena© | Actualizaciones lentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora