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—Ya congelé. Arreglé todos los asuntos académicos en la universidad esta semana. —Continuó informándonos―. Todo está listo, sólo me faltaba decirte que tendrás que hacerte cargo de Adabella por mí, As. ―Intenta esbozar una sonrisa sin mucho éxito. Yo, por mi parte, sólo me mantengo inmóvil en mi sitio, tratando de procesar sus palabras.

Es de esperarse que no pueda pronunciar palabra y es que no puedo creer que lo que nos acababa de decir sea verdad. Sé que no se trata de una broma más, la profunda tristeza que talla los gestos de Dylan lo confirman, pero también sé muy bien que una decisión tan trascendental como esa no puede haberse tomado de un momento a otro, sin duda la determinación de hacer algo tan radical como volver a su país natal después de tantos años fuera ha de haberla conciliado hace algún tiempo, por ello es que no puedo comprender que no nos haya hablado de ello mucho antes ni puedo concebir la idea de que vuelva a la tierra que lo vio nacer después de todo lo que vivió allí.

Las consecuencias del anuncio su decisión son inmediatas. Temo por lo que ese regreso pueda hacer con él, por lo que vaya a ser de él una vez que esté ahí.

¡Dios, no! Estoy asustada, no quiero perderlo, no quiero que este absurdo plan derrumbe todo lo que ha construido durante estos últimos años y termine dejándolo en ruinas. Me preocupa que sus heridas se abran, o en realidad, temo que salga lastimado de nuevo, más de lo que ya se encuentra.

Pero... ¿Y si sus heridas jamás sanaron?, ¿y si necesita volver allí para que sanen?

—¿Por qué? —pronuncia Zaray quien luce menos afectada de los tres, no así menos atónita, la verdad es que no sabría qué podría estar pensado, quizá ella tan sólo ha concluido que nuestro chico no hará más que salir del país en busca de un pequeño descanso, aunque sería improbable, después de todo ella es tan testigo de ese grave congojo en el rostro de Dylan como lo soy yo.

—Porque debo hacerlo. En algún momento debía volver al país donde nací y el momento es ahora. —La incredulidad en las facciones de Zari nos revela que desconoce muchos aspectos de la vida de Dylan, como el hecho de que no posee nuestra misma nacionalidad, y que no se esperaba saber algo como aquello.

—¿Qué tú...? ¿Tú no eres de... tú?, ¿italiano? —Expone ella, notablemente desconcertada.

—Sí, cariño. —Aprieta una de sus mejillas, sorbiendo por la nariz—, questo ragazzo è nato nella bella Italia —susurró con melancolía.

Oírle decir palabras que supuse pronunció en su idioma natal enseguida origina que una cuota de realidad me golpeara el pecho. Era un hecho y debía que aceptarlo, tenía que estar dispuesta a darle el apoyo que necesitara y no complicarle más las cosas.

Lo veo observarme con aflicción, como esperando recibir clemencia. Entonces ya no pude contener las lágrimas.

Me atrevo a quedarme contemplando su rostro atribulado unos segundos; de pronto, y sin esfuerzos de por medio, el recuerdo de la primera vez que lo vi cruzar la puerta del salón logra hacerse un espacio en mi mente. En cuanto lo vi no pude evitar sonrojarme, era muy guapo, claro que ese detalle iba a llamar la atención de muchos, sin embargo eso a él pareció no importarle, automáticamente pensé que probablemente aquello se debía a que ya estaba demasiado acostumbrado a acaparar muchas miradas. Dylan ni siquiera había tomado asiento para cuando deduje que era extranjero, sus rasgos caucásicos contrastaban bastante con los de mis demás compañeros, aunque también había supuesto que tal vez sólo tenía demasiado ADN internacional. El corazón se me aceleró cuando nuestros ojos se cruzaron aquella vez y tan rápido como me percaté de que él había notado que lo estaba observando desvié la mirada, por eso fue que no vi que hizo su camino hasta el sitio en el que estaba yo. Se sentó a mi lado y sólo eso detonó que el nerviosismo me volviera presa, y pese a que su cercanía me había puesto inquieta, internamente agradecía que el primer día de clases estuviera yendo tan bien, no cualquiera tiene el placer de contar que un chico tan apuesto había escogido sentarse a tu lado. En el instante en que me habló deseché la idea de que fuera extranjero, es cierto que esperé que su acento revelara el país del que pudiese provenir pero no, éste sonó tan común como el mío, supongo que por eso es que jamás se cruzó por mi cabeza que no tuviéramos la misma nacionalidad y de no ser porque él me lo confesó tal vez nunca lo habría sabido tampoco, pero en esos momentos si era un alíen o un elfo, en realidad era algo que estaba lejos de importarme, obviamente cualquier cosa iba a dejar de tener relevancia si tenía a un chico como él preguntando mi nombre. Balbuceé mucho antes de poderle decir correctamente mi nombre, él, por su parte, parecía estar disfrutando de verme tan abochornada.

El llanto de una Azucena© | Actualizaciones lentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora