Shiina: Festival de enamorados

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─¡No me hagas ver cosas feas! ─la riñó la petirrojo, poniéndose de pie con su poema en mano─. Voy a encender el incienso para que se alejen.

─Eres muy afortunada, mi princesa ─la felicitó Izumi con tono vago─. Las luciérnagas traen buena suerte.

─¿En serio? ─El insecto remontó el vuelo tras un momento, y Aoi lo siguió para intentar cazarlo.

─Eres un mentiroso ─murmuró Cuervo, dándole una calada a la pipa del comerciante, que tenía descuidada sobre la mano.

─Y tú una romántica ─se burló él, señalando el poema. La samurai se pegó el papel al pecho para que no pudiéramos ver su caligrafía─. Voy a leerlo tarde o temprano.

─¡Pff! ─bufó Cuervo, justo cuando Robin regresaba con un katori senko humeando, y un pocillo con cinco dulces de arroz (típicos del a festividad), cuyos ingredientes habíamos estado toda la mañana mezclando.

─¿Puedo probar? ─pregunté tímidamente.

─Claro, pequeño Shiina. Este es el primer Tanabata en que la casa no es un desastre, y todo gracias a lo mucho que me ayudas ─agradeció la castaña, rodeándome el cuello con los brazos y besándome los labios. Me quedé con la mano extendida hacia la comida, paralizado por la sorpresa.

─¡Ahh! ─se quejó Aoi, observándonos desde el otro lado del jardín. Robin se separó de mí con las mejillas encendidas y cara de desconcierto.

─¿Ehh...? ¿Qué acabo de...? ─Sus ojos se posaron inmediatamente en Nadeshiko, y corrió a arrodillarse a sus pies─. Disculpe, mi señor, por favor. No sé qué hice...

Él lucía desinteresado, pero divertido de algún modo, dándole otra calada a la pipa. Yo aún no entendía bien lo que acababa de pasar, pero aún peor era la reacción de Aoi, que muy lejos de seguir con su caza de luciérnagas, contemplaba a la petirrojo con una mueca desilusionada.

─Aoi ─gruñó Cuervo cuando la vio. Se puso de pie con ligereza, y en un par de zancadas estuvo delante de la pequeña. Con suma delicadeza levantó su mentón y le plantó un beso en la boca también. Se me escapó una exclamación de asombro, que hizo que Robin e Izumi les pusieran atención─. Ven, es tiempo de que tu hermana mayor  te enseñe algunas cosas.

─¿A-ahora? Pero es de noche... ─balbuceó, muy sonrojada y aturdida. Cuervo la guió al interior de la casa sin siquiera mirarnos, ni fijarse que acababa de olvidar su propio poema sobre el engawa. Me sentí un poco traicionado de que se fueran juntas, pues creía que aquel día, después de varios siendo evadido, al fin pasaría una noche con mi amada. En cada visita que había hecho a las Halcones, Cuervo me había ignorado durante los primeros días, aunque luego se suavizaba e incluso me dejaba acompañarla en sus paseos nocturnos. En dos ocasiones, después de oírme parlotear, me había preguntado si podía dormir conmigo, y aunque al comienzo me lo había tomado como una declaración, mas tarde había comprendido que era algo que hacía regularmente con los habitantes de esa casa. No le gustaba dormir sola, y muy probablemente se debía a las pesadillas que tan seguidamente tenía.

De cualquier modo, en ese momento se me estaba presentando otra oportunidad: Aprovechar la insistente rogativa de perdón de Robin (que Izumi contemplaba en silencio), para llevarme el poema secretamente y de algún modo, averiguar su contenido. Se lo podría regresar indirectamente dejándolo en el jardín, o fingiendo que lo había encontrado.

Ordené mis propios papeles con oraciones (aprendidas en los años anteriores) sobre el poema en cuestión, y me lo llevé sin levantar sospechas del lugar, alegando que también necesitaba descansar.

Había perdido el apetito después de aquel beso, porque a pesar de que yo también había recibido uno de Robin, el de las albinas me había causado muchísimo mas impacto que el propio. Yo tenía claro que las aves de amor eran muy espontáneas en cuanto a muestras de cariño, pero evidentemente mi corazón quería que las de Cuervo solo fueran para mí.

Memorias PerdidasWhere stories live. Discover now