Capítulo 23

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Me levanté de la cama extasiada.

La noche anterior había sido, no sé cómo explicarlo, mágica. Pude ver el lado vulnerable de Dylan que me tocó el corazón, y luego estaba el beso que me dió antes de marcharse como una estela, dejándome totalmente en shock.

Ahora tenía un serio problema conmigo misma y con él, ¿me había traído de viaje sólo para eso? ¿Yo estaba siendo consciente de eso?

Para, Ysolde, que todavía vas a cagarla.

Pero no podía dejar que este sentimiento me jodiera el momento tan especial que estaba viviendo, y no iba a dejar que me fastidiara por ahora. Volvería a ser yo, dejaría que el corazón me guiara a donde quiera que quisiera llevarme, incluso si eso suponía acercarme más a Dylan Hoyt, aunque perdiera el control.

Triste y lentamente, recogí mis pertenencias de la habitación, mi viaje había terminado. La estancia en París que tanto me había ilusionado y que tantas alegrías había cosechado llegaba a su fin, y yo volvería al viejo dilema.

Plan A: seguir viviendo en Los Ángeles.

Plan B: buscar un pisito en otra ciudad en la que alguna vez hubiera pensado vivir.

Plan C: volver a casa de papá y mamá con el rabo entre las piernas.

Definitivamente el plan c no era una posibilidad. Quizás haya estado obviando el tema durante mucho tiempo, pero la situación se estaba volviendo cada vez más peliaguda. Para ser sincera, muy peliaguda.

El caso es que salí de mi pequeña casa, situada en un pequeño barrio de un pequeño pueblito, situado en el extrarradio de una ciudad montañosa y con difícil acceso en contra de la voluntad de mis padres, que querían que me dedicara a la empresa familiar.

Llevaba unos meses sin dar señales de vida, y sabía que ellos están furiosos conmigo en este momento como para llamar y decir Hola papá, ¿qué tal? ¿Me echáis de menos? Y sabía que tendría que tragarme mi orgullo y mis ansias de convertirme en una fotógrafa famosa. Por lo que el plan c está definitivamente descartado, al menos por ahora.

Mi ropa ya estaba guardada y me disponía a dejar la habitación, no sin antes coger la margarita que había aparecido casualmente ante mi puerta. Con una sonrisa y oliendo su perfume, salí de la habitación 512.

*****

Deseé no haber olvidado las pastillas en uno de los cajones de la habitación del hotel. Esas pastillas que me mantenían en un coma profundo durante los viajes en avión, y que evitaban que mis pulsaciones subieran a mil cada vez que un avión despegaba.

Intentaba controlar el temblor de mis manos sujetando el teléfono móvil, y no lo estaba consiguiendo. Si en este momento Ysolde volviera la cabeza, vería como tiemblo y se preocuparía. Su asiento estaba delante del mío, lo que me proporcionaba cierta ventaja, yo la vería a ella y ella a mi no, a menos que yo si la viera a ella.

Volví a darle golpecitos a mi reposabrazos, y Jordan, que estaba a mi lado, la apartó sin ningún miramiento.

-¿Todavía?

Le miré, deseando estar en algún otro lugar y no en un avión a punto de despegar.

-¿Todavía qué?

-Todavía tienes miedo a volar.

-Habla más bajo -le dije en un susurro, y comprobé que Ysolde no nos oía. Jordan, al ver que la miraba me dijo:

-Ah, ya lo entiendo -dijo, y mirándola de reojo y acercándose más a mí, susurrándome me dijo:

-No quieres que ella lo sepa, te da vergüenza.

Intentando ignorar su comentario, pues había dado en el clavo, miré hacia la ventanilla y me concentré en mirar a los operarios que pasaban por las pistas del aeropuerto ataviados con petos de colores flúor y con cascos.

Cuando me giré para aclararle al imbécil de mi hermano pequeño que no era lo que pasaba, ahí estaba Ysolde, atándose el cinturón de seguridad y yo sin haberlo notado. Miré hacia el asiento de delante, y mi hermano nos miraba aguantándose una risa que lo hubiera hecho convulsionar. Me encargaría de darle su perecido en otro momento.

-Lo siento -me dijo Ysolde-, tu hermano prefería ventanilla y no me importaba cambiarme de asiento.

Su cabello caía como una cascada sobre sus hombros, y una sonrisa adornaba su cara, lo que la hacía mucho más guapa. Siempre estaba guapa, pero cuando sonreía lo era más.

-No pasa nada, me gusta más tu compañía -dije estas últimas palabras con énfasis, con el fin de que mi hermano las escuchara. Lo oí partirse de risa, así que sí, me había escuchado perfectamente.

-Así que de vuelta a Los Ángeles, con lo bien que me lo estaba pasando en París.

¿Quién hubiera dicho que Ysolde sería tan directa?

Le devolví la sonrisa en un intento de noquearla y que dejara la cháchara a un lado, lo que sólo conseguía ponerme más nervioso y que me temblaran las manos.

- ¿Estas heridas son de ayer? -dijo cogiéndome la mano derecha y mirándola de cerca, muy interesada.

Varios surcos recorrían mis manos, con sangre coagulada y con un color rojizo. Normalmente vendaba y curaba las heridas de las baquetas, pero después del concierto al llegar a la habitación de hotel, en lo último que pude pensar anoche fue en mis manos. Solo podía pensar en Ysolde.

Ella, que me examinaba ahora las dos manos, evitando así mis temblores, estaba haciéndome olvidar que estábamos despegando en ese mismo momento. Y la verdad es que le empezaba a agradecer al idiota de mi hermano el haber propiciado esa situación.

La piel de su rostro se veía blanca, y sin duda cálida si la tocara. Sus ojos eran brillantes, siempre se iluminaban al mirarme, lo que me hacía sonreír. Su pelo brillaba bajo los halógenos del techo, sacándole tonalidades en los que no me había fijado. Y ahora estaba evitando que me subiera por las paredes, por el hecho de estar cruzando el cielo a una velocidad increíble, sin saberlo. Sin duda era magnífica y no lo sabía.

- ¿Puedo apoyarme en ti para descansar el cuello? -me dijo, pestañeando muy rápido.

-¿Te duele otra vez?

-La verdad es que sí -dijo, a la vez que se tocaba las cervicales con cuidado -. Es lo que pasa cuando no duermo bien.

Vaya con Ysolde, y yo que pensaba que me iba a costar dios y ayuda para conquistarla. Parecía como si estuviera dando todo de sí, sin importar quién era yo. Eso me gustaba.

-Claro que puedes, al fin y al cabo, soy el culpable de tu mala noche.

La hice sonreír y volví a ver lo bella que era.

-Si crees que me paso todo el día pensando en ti, estás muy equivocado...

Y apoyo su cabeza en mi hombro.

-... También lo hago toda la noche -dijo casi susurrándole al aire, pero lo escuché todo, y sonreí para mí durante todo el viaje de vuelta.

Te puedes quedar [Resubido, sin terminar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora