Capítulo 9

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Después de encargarme de entregar los vinos subastados tal y como había acordado con Heinrich, me olvido un poco de Theo y Erika, sin embargo, me he quedado con una agradable sensación y un interesante recuerdo que ronda por mi cabeza una y otra vez, quizás no era la gran cosa, pero bailar con Theo fue agradable.

Tal y como le había comentado a Theo que podía ayudarle los fines de semana en el hospital, me presento el sábado alrededor de las nueve en el hospital y pido direcciones para llegar a la habitación, donde me encuentro con él, concentrado leyendo el manual de uno de los juegos que trae en mano. Me quedo recargada en el marco de la puerta observándolo, su ceño está fruncido y parece como si el manual estuviera en otro idioma que él no comprende, la escena me causa un poco de gracia que suelto una risita que llama su atención.

Cuando se percata de mi presencia, sus cejas se alzan en asombro y una genuina sonrisa se posa en sus labios.

—Hola —murmura, pasándose una mano por el pelo—. No esperaba que vinieras.

Me alejo del marco de la puerta para llegar a su lado.

—Creí que había quedado claro en que podía venir ayudar los fines de semana. —Hace una mueca.

—Fue claro, pero pensé que esperarías a que llamara o algo por el estilo. —Se rasca la cabeza.

—¿Quieres que me vaya y espere mejor a una llamada? —pregunto señalando hacia la puerta—. Porque puedo irme y volver después.

—No —niega, una sonrisa tarda en formarse en él—. Me da gusto que estés aquí —asiento, el silencio no tarda mucho en aparecer y me veo debatiéndome entre si debería decir algo o mantenerme callada tal y como él lo hace. Me aclaro la garganta.

—¿Y bien? ¿En qué te ayudo?

Le da una mirada a toda la habitación y analiza los objetos, debatiéndose.

—¿Qué me dices de ensamblar el piso de foami? —Me señala una caja con un montón de esos foamis grandes de diferentes colores, que se ensamblan entre sí—. Estaba pensando en que se vería bien el piso con ellos y así evitaremos que los niños se resbalen en el suelo, ¿Qué dices? —Sonrío porque no me parece una mala idea, si yo fuera una niña de vuelta, seguro que el piso de colores me fascinaría.

—Entonces, manos a la obra —digo con una gran sonrisa que hace que la suya se ensanche. Comenzamos a trabajar en silencio, yo me voy a un extremo de la habitación tal y como me pidió, comienzo a ensamblar el foami y a acomodarlo, de vez en cuando me encuentro dando un par de miradas a Theo, quien acostumbra a tener el ceño fruncido mayormente mientras lee cada manual, pero aun así, consigue hacer un buen trabajo terminando de armar un par de casas para niñas y un par de mesas y sillas extras para que los niños puedan sentarse. Para cuando termino de colocar el último foami, veo que Theo está sentado en una sillita que acaba de armar y tiene sus pies descansando cómodamente sobre la mesa, con una sonrisa socarrona en los labios.

—¿Qué? —suelto y él niega antes de levantarse y llegar a mi lado.

—Nada, has hecho un buen trabajo.

—Gracias —respondo con una sonrisa, la verdad es que sí he hecho un buen trabajo en poner todo ese piso de foami—. Tú no lo has hecho nada mal, seguro que amarán este lugar una vez que esté listo.

—Espero que así sea —se limita a decir, después checa la hora en el reloj que trae consigo—. Oye es algo tarde, ¿Te gustaría ir a comer algo?

A pesar de que mi trabajo no fue tan complicado, el que me haya ofrecido comer algo hace que de pronto sienta hambre y quiera tomar un descanso.

Un príncipe peculiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora