XXXVII «Charla con Steve»

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Recuerda haber visto entrar a Thor con su martillo y sus vestiduras Agardianas. No le puso mucha atención, quizá en un pestañeo ya tenía ropa normal y su martillo reposaba en la barra.

Estaba demasiado pensativo para prestarles atención a los demás. Sólo tenía cabeza para la conversación previa y la de un día antes que había tenido con Ángela. Se reprochaba una y otra vez de ser tan idiota por dejarla ir.

“—¿Qué hay de comer? Muero de hambre —Anunció el dios sonriente.”

Escuchó vagamente la voz de Clint quién le explicaba lo que había.

“—¿Por qué tan callados, chicos? Necesitan un poco de fogosidad en su relación —Escuchó la voz de Thor mientras lo miraba a él y a Ángela con una sonrisa.”

Steve no tardó ni una fracción de segundo en comprender lo que decía,  lo cual hace que casi se ahogue con jugo de naranja, al segundo de escuchar aquello, tuvo que detenerse y tomar un poco agua del vaso de Barton.

Recuerda haber mirado a Ángela, para observar su reacción y su respuesta la cual fue: fulminar a Thor con la mirada.

“—Steve y yo no somos nada más que amigos, Thor —Soltó las palabras con total naturalidad. Hizo romper un poco más su corazón.”

“—Ouh... Discúlpeme —Contestó Thor un poco apenado.”

“—Está bien, ¿Verdad, Steve?—Se apresuró a responder, tomándolo por sorpresa—. Quedamos en buenos términos. No hay porqué afligirnos —Contestó restándole importancia.”

«No, no estoy bien con eso, Ángela» pensó al instante pero obligó, de una forma impresionante, a su cabeza a asentir.

Escuchó la voz de Clint murmurar algo pero no le prestó mucha atención, seguía conmocionado por la situación.

“—Claro que lo tomé bien, Clint. Es parte de crecer —Dijo Ángela con una pequeña sonrisa de satisfacción.”

Y él no pudo hacer más que mirarla con cansancio.

Luego ella recibió esa llamada y no la volvió a ver, ya iban treinta y seis horas y contando.

Dejó salir el aire contenido en sus pulmones.

Hizo un viaje mental, recordó que desde hace unos cuantos meses uno de sus pensamiento era: “Necesito hacer algo, maldita sea. No puedo seguir aquí con los brazos cruzados” pero otro que predominaba era: “Sé fiel a tus malditos principios, Rogers”.

Se decía a sí mismo que  Steve Rogers era sinónimo de inquebrantable, tanto física como emocionalmente. Así que se sentía realmente mal cuando caía en cuenta que estando con la chica, sabiendo su edad, no le era fiel a su base como persona.

Sin embargo, la chica lo podía tener en la palma de sus manos cuando quisiera. Y ella lo sabía.

Cuando iba por la calle junto a Ángela, era como si tratara de huir de todos, ocultarse y tratar de que nadie los viera pero volteaba a verla y ella con una enorme sonrisa cálida lograba hacerlo olvidar todo aquello que lo hacía pensar que rompía las reglas.

Parecía un niño de tres años que no sabe lo que quiere. Aquel que no puede decidir entre ir al parque o que sus padres le compren el nuevo juguete que anuncian en televisión. Ambos son buenos pero uno se pasará en un momento efímero y el otro le dará días y días de diversión.

Steve se recargó en el respaldo del asiento. Aún llevaba su lápiz y no despegó la punta del papel.

Tenía la idea de que, al regresar con Ángela, le causaría más daño. Volvió a tocar y destruyó un poco más. ¿Eso era cierto? Debía analizar el comportamiento de la chica para contestar esa incógnita.

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