XXXI. Mis palabras, tus silencios, nuestros miedos.

Beginne am Anfang
                                    

—La tía Erika ya no es bienvenida en esta casa —responde mi madre, confirmando aún más mis suposiciones. Me froto el pelo y miro a los lados, como esperando que en verdad esto sea una broma y ella surja de alguna de las esquinas de esta habitación para decirme que va a llevarse a mi hermano—. El caso —continua—, es que tu padre y yo estábamos pensando que sería genial que Samuel se quedase a vivir una temporada con nosotros, ya que Sylvia está en casa la mayor parte del tiempo y puede atenderlo. ¿A que sí, cariño? —le pregunta a mi hermana y esta, tras repasar mis reacciones con una visual bastante rápida, asiente dubitativa.

Miro al motivo de esta conversación, mi hermano, que permanece sentado en el sofá, impasible, como si nada de esto tuviese que ver con él. Ajeno a la realidad que le rodea, pendiente de ese árbol pero aún impaciente porque le devuelva el saludo que me dio. Él no tiene la culpa de nada y, sin embargo, no consigo mirarlo de otra forma que no sea con rabia. Su existencia ha conllevado a la mía; su enfermedad, también. Si él estuviese bien, yo no viviría. Y aquí estamos los cinco reunidos, todos con un nombre fijo salvo yo, que cambia según las circunstancias, volviéndome menos dueño de mí mismo y más voluble a los deseos de los demás.

—Pero... —comienzo, consciente de que mis siguientes palabras estarían cargadas de frustración. Porque no quiero ver a Samuel en casa, no quiero que me llamen Oliver. 

Me pregunto si mi hermano está aquí porque así lo quieran mis padres o porque lo están alejando de alguien que, supuestamente, se desvió del camino. La segunda opción me asusta. Así que eso es lo que hacen con los miembros descarriados de la familia, ¿eh? ¿Apartarlos? Pues lo tendré en cuenta.

—Pero nada, Oliver, no quiero escucharte —me interrumpe mi madre, con serenidad en su rostro aunque sus palabras suenen duras—. No quieras amargar un día que empieza bien.

—¿Qué? —pregunto, contrariado.

Me temo que no le falta razón en lo último: esto iba a derivar en una discusión. Miro a mi alrededor; Sylvia y mi padre me observan negando con la cabeza, pidiéndome con ese gesto que me calle. Y yo obedezco al instante, quedándome en compañía de este silencio tan regio, pero a solas con mis frustraciones. Sin embargo, a mi madre no le parece suficiente con que cierre la boca y acepte la situación, así que prosigue.

—Y ya tendremos una charla tú y yo. Aún no me explicaste por qué actuaste así de raro cuando vino a cenar Erika —me dice, con una mirada afilada que provoca que me quede aún más estático de lo que ya estaba. Inspiro con fuerza, asiento con la cabeza y me doy la vuelta, de nuevo en dirección a mi habitación, con la intención de prepararme para ir al Gymansium.

Y así dejo pasar el tiempo, sumergido en una tediosa rutina que es interrumpida por mis pensamientos y el desánimo que me consumen ya por la mañana, a pocas horas del último examen del año. Me siento en el autobús y dejo que transcurra el tiempo, sin prestar la más mínima atención a mi alrededor. Ignoro a Klaus, quien me pellizca el brazo porque no estoy atendiendo a su última aventura con Adam ayer por la tarde, que consistió en perseguir palomas en un parque. Esas aves son las únicas hembras del reino animal que no lo ignoran.

Llego a clase el primero, me siento en mi pupitre y observo con hastío a la gente que me rodea. Por momentos pienso que, cuando termine el curso escolar, echaré de menos todo esto: mis compañeros, los profesores, los horarios rígidos, la misma rutina sin casi imprevistos. Como si quisiese quedarme siempre anclado aquí, sin crecer, sin querer enfrentarme a lo que me depara en el mundo exterior. Me froto la cara porque me estoy quedando dormido. Cuando estoy a punto de darme un tortazo para despertar, entran en el aula Wolf, Klaus, Adam y Dagna. Los dos primeros separados, mientras se dedican caras de asco. Qué infantiles.

Rompiendo mi monotonía.Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt