Capítulo 4: El plan (parte II)

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Los días corrieron y la incertidumbre del joven fue aumentando. Preguntas y dudas invadían sus pensamientos todo el tiempo, no sabía si era que ahora estaba más despierto o si Taniel y Kinta estaban cometiendo muchos errores; pero podía notar que existía una vigilancia constante, como si quisieran que él no se enterara de algo. En principio, había creído que eso era por su protección, pero algo empezaba a decirle que no.
La llegada de Oriana a las celdas, había sido un gran punto de quiebra para Milton que le permitía tomar consciencia de la rutina que había implementado con él. Al despertarse, se encontraba al lado Kinta ya que dormían juntos sin excepciones, luego iban al divino salón o a cazar directamente; aunque para la sorpresa de Milton, la joven ya no lo dejaba cazar sólo y en los bosques se mantenía un poco más rígida y a alerta. Luego de reponer algo de fuerzas por la caza, empezaba el entrenamiento, que los últimos días habían sido dirigidos sólo por la muchacha. En verdad, cuando intentaba recordar, se daba cuenta que era muy poco el tiempo que estaba pasando con Taniel. Según Kinta esto era así porque el rey estaba ocupado con asuntos políticos, que estaban fuera de su comprensión y por eso no era capaz de darle una respuesta más asertiva.
Los entrenamientos con la joven eran entretenidos para ver, pero rudos para afrontar. -Yo soy la bestia... Tirame decía Kinta en posición de defensa, con sus dos pies firmemente apoyados sobre el suelo. Después de unos segundos de duda, el joven se dirigía hacia ella con toda su velocidad y fuerza. El esfuerzo era inútil, ya que de una u otra manera Milton terminaba en el piso dolorido.

La muchacha lo instruía en el arte de la agilidad, el lanzamiento de armas, la pelea cuerpo a cuerpo, en todas las especialidades de un Cursai.
Taniel le había dicho al joven que practique con sus poderes en cualquier momento, que confié en sus capacidades y algunas otras frases que en el momento, le habían parecido inspiradoras; pero la verdad era que Milton no podía solo, por eso se le parecía mejor esperarlo para dar ese paso. Además, le ocasionaba un cierto miedo utilizar "la bendición de Mytrhi", como lo llamaba el rey.

Oriana se encontraba en una celda en la que apenas se podía ver y por el tacto, se notaba cuan sucia estaba. No escuchaba otras voces por lo que suponía que estaba excluida de los demás presos; aunque era constante el ruido de llaves y de armaduras pesadas que hacía notar la presencia de guardias.
No tenía idea de cuantos días habían pasado y ella seguía manteniendo la calma, confiaba ciegamente en su líder. —Si en algún momento perdés la calma, recordá que lo que necesitás está con vos siempre y que yo, estoy en todos lados pocas veces se entendía lo que él quería decir pero Oriana asentía sin pensar demasiado, después de todo de una u otra manera, siempre terminaba teniendo razón.
El ruido de los guardias en un instante se detuvo y pudo sentir el chillido insoportablemente agudo que hacía la puerta de la celda «alguien viene a interrogarme».

—U'il adatore i'naa thakal —la voz sombría de Gena le resultaba fácil de reconocer. Oriana intentaba orientarse por los pasos ruidosos que éste daba, para poder mirarlo a la cara.

—Ya no se usa la lengua sagrada, te quedaste en el tiempo —respondía irónicamente mientras iba percibiendo los ruidos—. Mostraté, a mí no me das miedo —en ese momento la cara grisácea de Gena se dejó ver, era casi imperceptible, sólo se notaban algunos rasgos de su rostro. Su figura era imponente y si bien Oriana era una mujer alta y fornida; tenía enfrente suyo a un líder Ghetar, la raza que había comenzado la dominación en el inicio de los tiempos. Dicha raza no tenía otra habilidad que no sea para la guerra, su gran tamaño y su piel casi impenetrable lograban guerreros vigorosos sumando a eso su nula capacidad de empatía, lo que les permitía matar sin ningún detenimiento.

—Oriana —su respiración parecía forzada y era tan ruidosa que la podías escuchar a la distancia—. No hagás esto difícil... ¿Cuál es el plan de Rigal? —con desprecio. Tenía una gran capacidad de odio y brutalidad, cuando enfurecía, nada ni nadie podía pararlo.
Ambos sabían que la guerrera no hablaría, por lo que después de un silencio de unos cuantos segundos Gena impulsó con toda su fuerza su brazo para impactar en la cara de Oriana, quien rodaba por el suelo tras el impacto.

Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora