<•> Capítulo sesenta y uno <•>

Start from the beginning
                                    

Lo mordí con suavidad y después besé la pequeña marca que había dejado.

—Soy tu jefe y es una orden. No puedes negarte —repetí—. Por tu problema no te preocupes, Ivo. Estaré contigo, te ayudaré.

—P-pero... —decidí callarlo con un beso.

—Pero nada. Sólo hay dos inconvenientes. Romy también irá y no iremos a Miami, sino a Hawaii.

Ivo soltó una hermosa risilla ante el cambio de destino.

—¿Qué pasa?

—No hay dife-difeencia. Es caro.

—Diferencia.

—Eso. ¡Es caro! —hizo una pequeña rabieta como si fuera un niño.

—¿Caro? —dije, enarcando una de mis cejas—. ¿Eso que significa?

Volvió a reír, y lo acompañé. De nuevo, puse mis manos en su cintura y llegó mi momento de hacer los famosos ojitos de perrito.

—Por favor —le di un beso en la mejilla—, por favor —ahora, en el otro pómulo—, por favor... —y uno más en los labios—. Sé que te gustara, aunque te prometí que iríamos a Miami, podemos ir después del trabajo.

—No importante, im-importa. Perdón. Pero, ¿Hawaii? ¿Po'qué?

—El "famosísimo" señor Zuleta, está de vacaciones allá, dice que le es imposible trasladarse de Estado —bufé y negué por unos segundos—. Tonterías. ¡Dime que sí, precioso!

—Bu-bueno.

—¡Sí! —alcé mis brazos y luego lo envolví en ellos—. ¡Perfecto! ¡Te prometo que la pasaremos excelente!

<•>

Lo más complicado de irme a América, era tener que despedirme de mi hijo. Pasé con él toda la tarde y noche, para no tener que despertarlo, pero fue imposible, según dijo, quería darme el beso de despedida.

—Papi, cuídate mucho, ¿bueno?

—Bueno, mi amor. Pero, tú, debes hacerle caso a Nana, ¿okey? —así era como llamaba a Ilse.

—¡Sí! —me dio un gran beso en la mejilla—. ¡Veré los Pitufos y comeré muchas galletas!

—Por eso estás tan barrigón, mocoso.

El pequeño sorprendido, se levantó el suéter y manoteó su pancita varias veces.

—¡Barrigón y hermoso! —lo abracé con mucha más fuerza—. Te llamaré a cada rato, ¿vale? Te amo, pequeño.

—¡Yo a ti también!

—Ve a dormir, es demasiado temprano.

—¡Sí!

—Pero antes, dame mi último beso.

No me quería despegar de él, incluso Ilse tuvo que decirme que era tarde, porque bastaba un abrazo más para cancelar el negocio con Zuleta.

A eso de las cinco de la mañana, le envié un mensaje a Ivo, estaba esperándolo afuera de su casa. Me había dicho que podía ir él a la mía, pero me negué. Bajé un poco más el radio y como se estaba tardando, encendí un cigarrillo. Cuando salió, venía con una maleta y su maletín de todos los días, donde —a petición mía—, llevaba su computadora. Además, por las acciones de Piña, se notaba que no quería que Ivo se fuera.

—¡Ya! ¡Adentro, Piña! —sonreí al escuchar que las terapias de mi hermana, estaban dando frutos—. ¡Porfaaaas! Despert-despertar a ellas.

Mientras gozaba por verlo batallando para que el animal con nombre frutesco, dejara de ladrar. Al fin y al cabo, engañó a Piña y salió corriendo de la casa.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now