XIII: el misterio de mi ser

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Despierto con un fuerte dolor de cabeza, todo me da vueltas. Un extraño e indescriptible hedor a putrefacción me invade, y me desespero al no lograr determinar de dónde proviene. Tiemblo, cierro mi saco y me adentro en la densa niebla.

El miedo me ciega los sentidos y los agudiza a la vez. Cada segundo me resulta eterno. Me paralizo de a ratos y, luego, vuelvo a la normalidad. Diviso una puerta y entro en una extraña y antigua casa. Una preocupación no me deja tranquilo: pienso —a cada rato— en las inoportunas sombras del lugar; la pesadilla de mi ser no es estar dormido con horribles acechos, la pesadilla de mi ser es que aquellos horripilantes demonios, que siempre me acosan en sueños, algún día se hagan realidad. Respiro y un asqueroso aliento a tierra y a algo podrido, brotan de mi boca. Siento que mis uñas son garras, pero a pesar de que quiero observarlas, no puedo, algo me lo impide. Muy dentro de mí, creo saber la respuesta del problema, pero no me atrevo a concebirla, si quiera.

Veo una puerta que me llevará a una gran habitación, lo sé antes de entrar, siquiera. Me estremezco sin poder controlarlo. De alguna u otra manera, sé que dentro voy a encontrarme con algo raro, con una cosa, sea lo que sea, que aguarda por mí desde hace mucho tiempo. Todo mi ser tiembla y se resquebraja ante aquella habitación, siento todo el cuerpo muy áspero, aunque —paradójicamente— lo siento muy liviano.

Finalmente me logro dominar y entro por la puerta de roble; observo la cama, que me resulta increíblemente familiar. Se trata de mi cama, una que parece que hace mucho tiempo no he visto, pero la cual, nunca pude olvidar del todo. A continuación, veo la cómoda y la lámpara que se encuentran allí, pero no las recuerdo, en realidad, estoy seguro de que son nuevos, huelen a nuevo. Diviso un muro, y distingo a alguien delante del mismo. Me acerco más y más, y la apariencia va haciéndose más grande. Un paso, luego otro. Cuando estoy por ver de quién se trata, oigo un grito, que parece ser de una muchacha, realmente desgarrador e histérico, a mis espaldas: «¡¡¡Dios mío!!!, ¡¡¡es un horror!!!», grita de una manera aterradora, con una voz ida por completo; me da un susto de muerte. Pero, sea quien sea esa persona, ya ha huido despavoridamente de aquí. Me doy cuenta, entonces, de que aquel grito tuvo que ver con aquella persona que sigue erguida frente al muro, no puede tratarse de otra cosa.

Me doy la vuelta con el objeto de poner fin a aquella duda, pero tal es mi sorpresa que grito horrorizado cuando observo un esqueleto que me mira fijamente a los ojos, con los suyos rojos, inyectados en sangre y casi saliéndose de sus cuencas por completo; admiro un nauseabundo gusano que intenta meterse por uno de los recovecos que quedaron al descubierto. Estoy a punto de salir corriendo, tal y como aquella muchacho hizo lo propio hace no más de treinta segundos, pero noto que dicho muro tiene una especie de marco de madera en sus lados. Al acercarme un poco más, para inspeccionarlo con cuidado, me percato de que que no se trata de ningún muro. En realidad, me encuentro parado en frente de un espejo... y es entonces que, viendo aquellas horribles garras y este estado increíble de descomposición, caigo en la cuenta de que ya estoy muerto.



FIN

Imágenes de ultratumba y otras paranoiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora