XII: me llevarán lejos

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Todos los días te pienso, sentado en este pequeño banquito de locura que es mi realidad. Oigo, día tras día, el constante rechinar provocado por las cadenas de las oxidadas hamacas que, antaño, tan importantes habían sido en mi vida. Deliro por esos ruidos únicos y que nunca seré capaz de olvidar, miro a mi alrededor creyendo que encontraré a todos los amigos que habían crecido conmigo, pero me doy cuenta de que allí no se encuentra nadie más que yo, con la sola compañía de mis extraños pensamientos. Oigo gritar a unos chicos que parecen estar jugando al básquet, y luego, el reconfortante sonido del balón al entrar. Junto a aquello, como si hubiera sido provocado por una misma consecuencia, las hojas secas del roble, que me da un poco de sombra, se desploman sobre mi cabeza sin más. Las aparto con suavidad pero con algo de temor, sé que el invierno a punto está ya de terminar y... y yo aún sigo aquí...

Oigo cómo cantan las aves, y me siento parte de una gran y sublime orquesta. Las envidio tanto, es que son capaces de volar e ir tras su más grande aventura, y en cambio, yo sigo aquí, privado de mi libertad. Siento envidia de todas ellas, y no solo de una. Miro hacia mis costados y unos metros más allá, frente a donde me encuentro, con la esperanza de que algo haya cambiado, de que algo se hubiera dañado. Pero el alambrado sigue allí, erguido entre destellos anaranjados que parecen danzar de una peculiar manera, bajo las luces y los espejos retrovisores de algunos coches aparcados allí fuera.

Me siento como un pobre animal enjaulado, un típico fenómeno de exhibición. La gente que pasa por la calle se me queda observando, con ojos indiferentes en principio, y tristes luego de que parecían comprender que me algo muy malo me deparaba. Las miradas de algunos se volvían cabizbajas durante unos momentos, y cuando se alejaban un poco de allí, volvían a erguirse; otros mantenían sus ojos clavados sobre los míos, como si estuvieran admirando por primera vez a un ridículo y lamentable bicho de circo. Estos me incomodaban, pues me daba la sensación de que estuvieran pinchándome con un alfiler o algo por el estilo. Por suerte esta tarde no ha habido tanto movimiento como lo ha habido en otras.

Solo por las tardes tengo permitido salir a admirar todo lo que se encuentra del otro lado, y esos son los momentos del día que más disfruto, aquellos en los que puedo recordar una vaga sombra de lo que he tenido. No entiendo mucho de qué hablan estos sujetos que siempre están vestidos con ropa larga y blanca, como si fueran guardapolvos, pero sé que no es algo bueno. No puede serlo por el hecho de que susurran entre ellos ante mi presencia, y cuando uno o dos de ellos me habla de forma directa, lo hacen de una manera lenta y cautelosa, como si esperaran una reacción violenta de mi parte. Creo que solo se burlan de mí ya que he visto cómo se ríen a mis espaldas. Su objetivo no es otro que apartarme de ti, me enviarán muy lejos y jamás podré volver a verte. Sé que algo, sea lo que sea, está empeorando cada vez más y más, pero parece como si estuviera pintado ante todos ellos, nadie es capaz de darme una respuesta... o me tendría que atrever a afirmar que ninguno de ellos quiere dármela...

Me llaman por mi nombre, y me hacen algunas preguntas, algunas bastante extrañas, debo admitir. Se las respondo todas, pero es como si no me escucharan, como si me ignoraran por completo. Una tras otra, todas las charlas son iguales y se me ocurre la extraña idea de que realmente no les hablo sino que "pienso" que lo hago. Hace unos momentos uno de ellos habló un poco más fuerte que el resto y lo regañaron. Sin embargo están convencidos de que no oí nada. Quizá algo de mi parte les haya dado esa pauta, pero ignoran que mis oídos se encuentran perfectos «vamos a tener que trasladarlo, ya no somos capaces de ayudarlo aquí... vamos a tener que...» en ese momento lo interrumpió otro, alzando la voz y dando gracias de que no lo había podido oír.

Retuve esa frase en mi mente, una y otra vez, tratando de que no desapareciera de allí, de que no muriera como tantas otras, de que perdurara al menos un buen rato. Me llevaron la merienda y me sentaron frente a una hermosa mesa de piedra, que se me antojó muy parecida a esas en las que se juega al ajedrez. Hacia el ocaso comprendí que me enviarían muy lejos de ti, que ya no te vería nunca más; se me dificulta el poder respirar, se me acelera el palpitar del corazón, el sudor gotea incontrolablemente de mi cuerpo y muero de miedo al pensar, al concebir, la idea de que luego de que te duermas y vuelvas a abrir los ojos yo deje de existir. Tengo pánico de extinguirme de repente por tu despertar.

Estos tipos que llevan puestas batas blancas actúan cada vez de forma más extraña ante mi presencia, como si fuera un fantasma para ellos, peor aún, como si yo fuera algo negro, inmóvil, como una cosa sin sentimientos. Como ya he dicho desde un principio, todos los días te pienso sentado en este banquito de locura que es mi realidad, soy como una sombra abandonada y sin esperanza. Te espero, pero muy dentro de mí, sé que nunca vendrás...



FIN

Imágenes de ultratumba y otras paranoiasWhere stories live. Discover now